lunes, 23 de octubre de 2006

El otro piloto chileno que combatió en Nicaragua

Al igual que otros miristas, después del triunfo sandinista, Sergio Castillo Ibarra se integró a las fuerzas especiales del Ministerio del Interior nicaragüense. Como capitán de Aviación combatió a la Contra y participó en gestiones secretas para buscar una salida política al conflicto. Hoy trabaja en la misión de paz en Haití. Dos de sus compañeros son ex pilotos enemigos.


Por Miguel Paz / La Nación Domingo (22 de octubre de 2006)



El subsecretario de Aviación, Raúl Vergara, tiene "un vago recuerdo" de Sergio Castillo Ibarra. Debido a su experiencia como oficial e instructor de vuelo de la

FACH, la hoy autoridad de Gobierno tuvo un rol protagónico en la formación de la Fuerza Aérea Sandinista. Llegó a ser vicecomandante de Aviación y como piloto combatió a la Contra, la guerrilla opositora financiada por Estados Unidos. Cuando el subsecretario asumió se hizo conocido por ser el único piloto chileno con experiencia de guerra en Nicaragua. Pero él no era el único.

Sergio Gustavo Castillo Ibarra militaba en el MIR. Tenía 18 años recién cumplidos cuando vino el golpe de Estado. Estuvo detenido y fue torturado en la Academia de Guerra Aérea. De allí partió al exilio y se convirtió en piloto civil en Bélgica. Fue uno de los más de 200 chilenos internacionalistas del PC, el MIR y el PS que fueron parte del Ejército nicaragüense o del Ministerio del Interior y que poco se conoce de ellos.

Hoy, Castillo trabaja en la Misión de Paz de Naciones Unidas en Haití (Minustah) como encargado de operaciones aéreas, pero entre 1984 y 1989 fue piloto de misiones especiales del departamento aéreo creado por el ministro del Interior nicaragüense Tomás Borge y combatió a la guerrilla antisandinista.

Dicha unidad estaba a cargo de un miembro del MIR con experiencia como combatiente en varios lugares de América Latina. Castillo entonces tenía rango de capitán de Aviación y ocupaba el nombre político "Carlos Maltés", y en el Departamento de Aviación prestaba apoyo a las fuerzas especiales del Ministerio del Interior, realizaba tareas de logística y llevaba a cargo operaciones especiales cuando los comandantes sandinistas así lo requerían.

Castillo recuerda que le tocó participar en decenas de operaciones aéreas bajo fuego antiaéreo. La Contra siempre les disparaba, pero producto de los problemas de comunicación y el entusiasmo de los jóvenes sandinistas que manejaban la artillería antiaérea, también eran golpeados por fuego amigo. Él calcula que el 50% de los aviones derribados fue producto de las equivocaciones de la misma antiaérea sandinista.

REUNIONES SECRETAS

Una de las operaciones de mayor envergadura en las que participó fue el traslado de los comandantes de la Contra y del Frente Sandinista a las reuniones secretas que se efectuaron a mediados de 1985 para convencer a las comunidades de indígenas miskitas de renunciar a la guerrilla opositora y deponer las armas. Los miskitas, fervorosamente católicos, habían sido convencidos por la milicia financiada por el Gobierno de Reagan de que el FSLN se oponía a la religión y destruiría su forma de vida y creencias. Los indígenas se lo creyeron e ingresaron a las filas de la Contra.

“Fui el primer piloto que trajo a los comandantes Contra a negociar con los comandantes sandinistas. Por error nos mandaron a Rosita, un lugar en plena selva del norte de Nicaragua, y no a Siuna, donde era la reunión. Primero nos empezó a disparar la artillería antiaérea sandinista. Me tiré a la pista rápidamente. Cuando los sandinistas vieron bajar del avión a un piloto extranjero, un copiloto guatemalteco y cuatro comandantes Contra pensaron que habían logrado una tremenda captura. Después se aclaró todo y partimos a la reunión. Fundamentalmente mi trabajo fue de apoyo a esta idea de Tomás Borge de ganar la guerra políticamente", asegura Castillo desde Haití.

En eso estuvo hasta que se produjeron los acuerdos de desarme con la Contra. En 1989 abandonó Nicaragua con la sensación de haber cumplido el objetivo que se trazó allí. “Yo ahí me hice piloto y me hice hombre. Aprendí a ver lo que era el sufrimiento y sobre todo lo que era la alegría, porque en la guerra siempre se dice que te hace ser rudo, te hace ser macho, quijada de acero, y eso es mentira. Con la guerra tú te vuelves terriblemente sensible porque has palpado la posibilidad de morirte en el minuto que sigue, y también has tenido la posibilidad de compartir cada minuto de alegría de sentir que estás vivo. Para mí, realmente esa parte fue muy emocionante. Ahí se ganó la guerra y si bien no se generó riqueza ni desarrollo, sí se escribió una de las páginas más importantes de la historia latinoamericana”.

Tras su paso por Nicaragua, Castillo regresó a Europa. En Alemania conoció a su esposa, luego se radicó en Chile y volvió a Alemania. Allá comenzó a trabajar para Naciones Unidas y, como no aguantó la quietud ambiente, hace dos años que vive en Haití.

MI MEJOR ENEMIGO

Hoy es uno de los seis hombres a cargo de las operaciones aéreas del Minustah en ese país. Una tarea que implica coordinar aviones, helicópteros y soldados en operaciones militares y de ayuda humanitaria.

Es el único civil del grupo. Paradójicamente, su supervisor y uno de sus compañeros fueron pilotos de la Contra. El chileno se enteró del hecho un día que el supervisor empezó a contar la historia de un bombardeo que había hecho. “Yo me acordaba perfectamente de ese bombardeo porque fue en respuesta a la arremetida sandinista 40 kilómetros al interior de Honduras, donde estaban las bases de la Contra. Le pregunté: ¿estás hablando del bombardeo a Murra? ¿Y cómo vos sabés?, me preguntó. Porque yo estaba a 30 millas al norte tuyo haciendo tareas más humanitarias, le dije. Ahora bromeamos mucho sobre eso.

Ahora cuando ha pasado casi un cuarto de siglo, el trabajo de este top gun se equipara mucho a lo que hizo en Nicaragua. Es más, dice: “Cualquier piloto quisiera volar lo que se vuela acá. Un piloto de la Fuerza Aérea chilena, en cinco días vuela lo que en un mes en Chile. Y eso me lo dicen ellos”

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