Santiago Roncagliolo y su libro sobre Abimael Guzmán
El autor de “La Cuarta Espada”, que escarba en la historia del grupo maoísta y su fundador, dice que muchos peruanos aún temen hablar de aquellos años sangrientos, y cuenta que a Abimael Guzmán no le gustó que el libro saliera sin su entrevista.Por Miguel Paz / La Nación Domingo (25 de noviembre de 2007)
"El primer recuerdo que guardo de mi país es la imagen de varios perros callejeros muertos colgados de los postes del centro de Lima. Algunos habían sido ahorcados ahí mismo, en los postes, pero la mayoría había muerto antes. Un par de ellos estaban abiertos en canal. Otros tenían el pelaje pintado de negro. Al principio, la policía temió que sus cuerpos ocultasen bombas, pero no era el caso. Sólo llevaban encima carteles con una leyenda incomprensible y siniestra: Deng Xiao Ping, hijo de perra".
En aquel episodio, ocurrido a mediados de 1980 y que Santiago Roncagliolo narra en el primer párrafo de su libro, está la explicación del por qué este escritor peruano de 32 años decidió acometer una misión tan ambiciosa como inédita: retratar, desde sus entrañas, la historia de Sendero Luminoso y su líder, Abimael Guzmán, responsables de un delirio sangriento que dejó casi 70 mil muertos. "La cuarta espada" (Debate) debe su nombre a Guzmán se consideraba la cuarta espada del comunismo internacional, después de Lenin, Stalin y Mao.
Rongaliolo se encuentra en Lima y el martes próximo estaraá en Santiago lanzando el resultado de su larga investigación.
-¿Cuál ha sido la reacción que ha causado tu libro allá?
-Ha habido miles de reacciones, tantas como miradas hay sobre la violencia. Ha habido momentos muy bonitos. Por ejemplo, lo presenté en la cárcel de Castro-Castro, donde ocurrió una de las matanzas que narra el libro. Entre el público había gente de Sendero Luminoso y gente del MRTA, pero también soldados, gente de Antauro Humala y agentes de inteligencia que también están presos.
-¿Presos por la guerra sucia?
-Claro, por la guerra sucia, por derechos humanos, por terrorismo, por narcotráfico. Y todos hablaban de la violencia y del lado del que habían estado. Fue un momento muy bonito porque, más o menos, eso es lo que me gustaría que ocurriese en este país: que todo el mundo hable, que escuchemos a todos los lados y hagamos un retrato razonable de la violencia.
-¿Y cómo convive un maoísta, seguidor del Presidente Gonzalo, con alguien que fue su Némesis?
-Un senderista me contó que un día trajeron a un preso nuevo, y el preso se le acercó y le dijo: "Fulano, ¿no? Yo te perseguí durante cinco años. Una vez te disparé, ¿te acuerdas?". Y se hicieron amigos porque no tenían remedio. Hay otro que tenía, que tiene una bala en la cabeza, aún la tiene dentro. Y el que le metió esa bala comparte con él taller de guitarra.
-Es una broma, ¿cierto?
-No, es verdad. Estaban ahí, juntos. El sitio donde un terrorista se reintegra mejor a una vida normal es una cárcel abierta, donde tiene contacto con otros presos y puede asistir a talleres, producir cosas y venderlas. Lo primero que rompió la cadena de mando de Sendero Luminoso, que sobrevivió en las cárceles por muchos años, fueron los talleres de cerámica, porque los que vendían sus productos empezaron a tener dinero, y cuando los líderes fueron a decirles "oiga, el partido recolecta el 10% de lo que ustedes ganen", ellos dijeron "ah, no, esa plata es mía". Fue el triunfo del capitalismo, a Sendero le ganó el capitalismo.
EL PELIGRO DE LA PALABRA
-En el epílogo cuentas cómo este tema, que partió con un artículo para "El País", terminó en el libro. Siempre hay algo de uno mismo cuando un tema te importa tanto.
-Claro, esta es una historia rigurosamente periodística, pero mi actitud frente a ella ha sido la de una novela, porque es el tipo de historias que necesitas quitarte de encima para contar. Y conforme investigaba y eso está en el libro , también aparecían mis recuerdos.
-Como una especie de película que habías vivido en la infancia.
-Sí, pero curiosamente una película que después se volvió muda, de la que se ha hablado relativamente muy poco. Y Guzmán, el hombre que declaró esa guerra, es una persona de la que las fuentes no te hablan a cara descubierta. Es muy extraño. Nadie quiere comprometerse con él. No había ningún libro sobre él. Es una guerra que toda la sociedad ha tratado de olvidar. Aún hay gente que tiene miedo, también. Gente que fue a una librería a pedir que saquen el libro, que no esté en el escaparate. Y hay gente que cree que no se debería hablar de esta persona en términos humanos, que es un peligro hacerlo.
-¿Por qué?
-Porque creen que es tan inhumano que no merece que lo traten como una persona. Y porque temen que eso sea publicitarlo. Al final, Guzmán no era peligroso por tener un arma, una bomba, un fusil en la mano.
-Un ideólogo más que un guerrillero.
-Según su jefe militar, Abimael no sabía usar armas. Él convencía a la gente, y formó una milicia con muy pocas armas pero absolutamente convencida, dispuesta a todo. El peligro de este hombre está en lo que diga, más que en lo que tenga en las manos.
-Parece que estuvieras hablando de un periodista.
-Supongo que los periodistas y los terroristas se parecen en alguna manera: el objetivo de ambos es causar crisis en el sistema en el que viven. Cada quien tiene armas diferentes, pero no somos tan distintos.
"LA LITERATURA ME AYUDÓ"
-¿Por qué te metiste en la historia de Abimael Guzmán?
-Cuando uno escribe un libro hay muchas razones juntas. Me pareció interesante el grado de disposición que empezaron a tener las fuentes hacia mí. Y pensé que era una historia interesante no sólo para el Perú. ¿Cómo alguien se convierte en un terrorista? ¿Cómo se radicaliza hasta estar dispuesto a todo, incluso morir con tal de acabar con un sistema? ¿Qué pasa por su cabeza? Y también me pareció interesante desde un punto de vista más literario, escribir una novela de no ficción, en plan "A sangre fría" o algo así.
-¿Cómo te enfrentaste al dilema de ser justo?
-Un problema que surge después de un episodio violento, entre un lado y otro, es cómo se llaman las cosas. A veces ambas partes están hablando de lo mismo, pero lo llaman diferente. Los soldados no hablaban de asesinatos, hablaban de ejecuciones extrajudiciales. Y los terroristas hablaban de aniquilamientos selectivos. Traté de buscar un lenguaje muy neutral, que fuese aceptable para ambas partes. Para todas las fuentes, quiero decir. Pero es inevitable que tu mirada sobre las cosas se filtre en lo que escribes. En ese sentido, la literatura me ayudó a contar esta historia y tratar mantener mis juicios al margen.
-¿Cómo tuviste que navegar en esta guerra de lenguaje para que se te abrieran las fuentes? En "El País" publicaron tu reportaje con el título "El loco más peligroso de América".
-Ese fue un golpe para algunas fuentes, que se cerraron. Pero a veces encuentras datos donde no los esperabas. Mi primer acercamiento a la mayoría de las fuentes era tratar de demostrar que yo hablaba su lenguaje. Si era un terrorista, trataba de decirle: la prensa internacional quiere conocer la versión de ustedes, que no se ha expuesto. Y si iba donde un militar le decía: la prensa internacional quiere conocer tu gesta contra el terrorismo. No engañaba a nadie. Al revés, ellos trataban de encandilarme a mí. Y los mejores en eso son los agentes de inteligencia.
-¿Por qué?
-Porque siempre tienen la historia perfecta, la que tú quieres contar, tienen hasta los escenarios. Yo creo que están entrenados precisamente para encandilar periodistas.
AMOR ARMADO
-¿Por qué no pudiste hablar con Abimael Guzmán?
-Nunca han permitido una entrevista con él. De hecho, ni siquiera tiene visitas, excepto su abogado. Hablé con su mujer, Elena Iparraguirre, que es la número dos de Sendero, y también con toda la gente que queda viva de la cúpula. Y hablé con el policía que hizo toda la investigación para su captura. Hablé con sus hermanos. Con su hermana y su hermanastro. Hablé con antiguos militantes de Sendero Luminoso, de la universidad, la época antes de la lucha armada. El principio fue hablar con toda persona que hubiera tenido contacto personal con Guzmán: con su abogado, funcionarios de prisiones, militares y ex carceleros. Que cada uno fuera contándome la misma etapa de su vida desde su mirada. No es un libro ni a favor ni en contra: es un libro en el que se trenzan todas las miradas a favor y en contra. Y están juntas y conviven.
-¿Qué influencia tuvo en Abimael su mujer, Elena Iparraguirre?
-Hubo influencia. En la clandestinidad, ella decidía a quién veía y a quién no. Y hasta el día que lo capturaron, Iparraguirre lo llamó presidente, y esa era su relación pasional.
-¿Lograste resolver el misterio de la extraña muerte de Augusta Latorre, la ex compañera de Guzmán?
-Sí y no. La policía dice que la mataron Iparraguirre y Guzmán. Cuando vi a Iparraguirre le pregunté: ¿qué pasó con Augusta Latorre? Y me respondió: "La decisión del partido es que murió del corazón". No fue autoincriminatoria pero sí bastante sincera, creo. Es extraño entrevistar a gente que está acostumbrada a los interrogatorios. Saben cómo no responder, pero quieren contarte cosas y la mayor parte de las declaraciones interesantes de este libro no está en las grandes revelaciones, sino en los silencios. Cosas que están en el aire y nunca se dicen.
-Como en las telenovelas y la política.
-En el fondo esto es un gran culebrón político. Una gran tragedia política, quizás.
ABIMAEL QUERÍA QUE LO ENTREVISTARAN
-¿Qué hay del período que Vladimiro Montesinos se acercó a ellos y trató de sacarles información?
-Según un oficial de inteligencia, Guzmán estaba con el traje a rayas, con el que lo presentaron a la prensa, ¿te acuerdas? Montesinos fue a buscarlo sin decirle quién era ni lo importante que era. Y le dijo que quería conversar y Guzmán le respondió: "Yo con usted no tengo nada que hablar, mire cómo me tienen. Esto es una vergüenza, no hablaré con nadie mientras me tengan vestido así". Y Montesinos le dijo: "Yo no mando aquí lo que era una mentira , pero voy a consultar con mi jefe si le permiten quitarse el uniforme. Y si no lo permiten, me voy a poner un uniforme como el suyo y voy a venir a hablar con usted así". Y a la siguiente reunión llegó con el uniforme en la mano, lo extendió en una silla frente a Guzmán y le dijo: "Voy a pedir permiso a mis jefes". Volvió a la hora y media, le dijo a Guzmán que tenía permiso para que se quitara el uniforme y lo ayudó a cambiarse de ropa. A partir de ese momento, la relación que estableció Montesinos fue de una gran confianza. Además eran paisanos, los dos son de Arequipa. Y siempre sabía lo que tenía que decirle, porque durante todo el tiempo lo que decía Guzmán se filmaba. Le llevaba a los dirigentes de Sendero Luminoso, le permitía hacer fiestitas con pastel y cigarrillos, y filmaban todo lo que se decían. Así fue como lo manipuló para convencerlo de aparecer en televisión pidiendo conversaciones de paz.
-¿Esa escena refleja la derrota final de Guzmán?
-Claro. Muerto habría sido mucho más importante. De hecho, lo primero que pensaron Montesinos y el Servicio de Inteligencia fue matarlo, pero el gabinete no se atrevió a firmar la orden y creo que acertaron. Piensa en el Che Guevara: 40 años después de muerto, todo rebelde del planeta tiene una camiseta suya. Guzmán, en cambio, podía ser mucho más útil vivo, podía servir para desmantelar la imagen semidivina que había creado de sí mismo. Los senderistas adoraban a Guzmán, lo veneraban, y si él aparecía pidiendo un acuerdo sus seguidores podían desmovilizarse sin sentirse culpables.
-¿Cuál ha sido la reacción que has recibido de tus fuentes? ¿Abimael te ha mandado un mensaje?
-No. A Abimael no le gustó que saliera el libro sin su entrevista, pero no había manera que la diera.
-¿Cómo supiste?
-Bueno, siempre hay maneras de saberlo.
1 comentario:
El camino de las armas no es el camino de la paz, cuando la sangre del inocente corre, el odio y la venganza se generan, cuando el dolor es madre de la rabia y la venganza, todos quisieran ser el nemesis de la verdad, hay una verdad en jesucristo, Cambia corazones
Saludos PRESIDENTE GONSALO
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