Según me cuentan varios enterados, en los años 80` el escritor y editor de RandomHouse, Germán Marín, fue la pluma que estuvo detrás de varios artículos firmados por Gabriel García Márquez, publicados en medios de oposición chilenos. O sea, Marín fue "ghostwriter" del Nobel de literatura.
La anécdota sirve de entrada a una comentada nota de Felipe Saleh sobre escritores fantasma: esos sujetos que suelen hacer biografías por encargo de manera anónima, a cambio de un estipendio generoso.
Libros con antifaz
Nunca se sabrá cuánto de Germán Marín hay en el libro de Max Marambio. Lo único cierto es que desde la Geisha hasta Pablo Longueira, Don Francisco y Andrés Allamand han usado “negros” que tienen el talento y el tiempo para dar a un libro la categoría de superventas. El fenómeno se transformó en masivo y hoy cualquier hijo de vecino puede encargar la historia familiar en empaste de lujo. La tendencia llegó para quedarse.
Sin cámara, un tipo de mediana estatura, algo de sobrepeso y actitud reservada sigue al candidato por todas partes. En esta parte del trabajo, la misión de Octavio Gallardo es impregnarse del senador socialista que lo contrató en su equipo de campaña. El mimetismo debe ser total; de lo contrario, se notará demasiado que no fue el político el que escribió los folletos de campaña, firmados por él, que llegarán a las casas de los electores. En no más de tres párrafos, el escritor fantasma deberá tocar el corazón de los votantes, recogiendo el carisma, los principios y las promesas del parlamentario que va por la reelección. “No es que él haya sido incapaz de hacerlo, hasta escribió un libro, pero no tiene tiempo en época de campaña”, dice Gallardo, protegiendo hasta el final a su cliente, que finalmente ganó, en parte gracias a la prosa inspirada de su “negro”, como se conoce también a los que escriben por otros.
En este negocio, la regla de oro es el silencio. “El escritor fantasma debe serlo hasta el final y en todo sentido”, dice Poli Délano, que se puso el antifaz durante su residencia mexicana en los años ’70. Hay que presionarlo un poco para que cuente cómo aceptó escribir un libro para una persona con lazos en el Partido Revolucionario Institucional. “Me ofrecieron 10 mil dólares o un porcentaje de las ventas, acepté lo primero”, afirma Délano. El libro fue superventas y él se perdió de ganar cuatro veces esa cifra. Meses después, el mismo personaje le pidió otra ayuda y, con la lección aprendida, Délano aceptó participar de las ganancias. Pero el libro nunca se vendió. “Fue requisado por una mafia que se sintió incómoda con algunas cosas que aparecían en el libro”, revela el escritor, que se toma el oficio como una más de sus aventuras.
Partiendo por la nomenclatura, “escritor fantasma”, todo lo que rodea a este trabajo está teñido de misterio. Muy pocos asumen que han estado en esta categoría y, si lo hacen, esquivan el tema como quien es descubierto en una perversión o, protegidos por la regla del secreto, blufean con el estatus de su clientela. La mayoría, a lo más, llega a reconocer que simplemente “colaboró” en cosas donde el autor que firma no podía hacerse cargo, porque no es un escritor, como ellos.
Sacarse las ronchas
El miércoles, cuando Max Marambio lanzó “Las armas de ayer” en el Museo de Bellas Artes, no pocos asistentes le recomendaron al empresario y ex guerrillero, medio en broma, que se dedicara a escribir libros, en vista de la gran cantidad de ejemplares que vendió ese día. Algunos, no tan bienintencionados, deslizaron un rumor que apuntaba a Germán Marín, el editor de Random House, como el “negro” de Marambio. La versión circula hace algunas semanas en el ambiente literario y algún crítico hasta comentó, sotto voce, que la novela “tiene mucho de Marín”. Pero el escritor lo niega en seco. “Sólo fui su editor, nunca he hecho ese trabajo, para nada. La gente siempre inventa”, dice él. Marambio sólo agradece a Marín al final del libro “por su impaciencia, rigor y maestría”, además de un ajuste en el título definitivo.
“Escribir es un oficio que saca ronchas. Si el autor se está sacando sus ronchas, como empresario, como artista o lo que sea, no hay que pedirle peras al olmo y entonces el escritor fantasma ordena y redacta las ideas del personaje. Lo pretencioso es que el autor en cuestión se arrogue luego dotes que no tiene, pero lo más común es que ellos reconozcan que recibieron mucha ayuda”, dice Isabel Buzeta, ex editora de Grijalbo, sello que ejecutó varios trabajos con máscara. En 1998, Sergio Gómez hizo de “negro” para la doctora María Luisa Cordero, quien firmó “Jurel tipo salmón”. De la misma editorial, antes que se fusionara con Random House, surgió “Entre la espada y la TV”, la biografía oficial de Mario Kreutzberger. Aquella vez, Don Francisco mandó un borrador que había escrito con un periodista, pero en la editorial no les gustó y se lo dijeron a los ejecutivos de la casa matriz, en México. “Si mal no recuerdo, yo misma escribí un informe dando cuenta de lo horrible que era ese texto, y contrataron a Poli Délano”, afirma Buzeta. El escritor, que no considera éste como un trabajo “fantasma”, cuenta que se negó a hacerlo varias veces. “La última subí el precio para que me dijeran que no, pero aceptaron”, dice Délano, que se instaló junto al animador en un hotel de Miami “a corregir algunas cosas, de estilo, de orden en los capítulos”, cuenta. Recibió 15 mil dólares.
Aunque no se sacó precisamente las ronchas, Anita Alvarado, la “Geisha chilena”, editó un libro con sus experiencias como prostituta en Japón. Sus fantasmas detrás fueron las periodistas Viviana Flores, después a cargo de “Chile íntimo” de TVN, y Francisca Araya.
La travesía de Soto
Tampoco fue “fantasma”, pero la relación entre Héctor Soto, editor de la revista “Capital”, y el senador Andrés Allamand demuestra que el problema no es ser “negro”, sino reconocerlo, porque equivale a descalificar al autor que lleva el crédito. Soto colaboró en “La travesía por el desierto”, el libro de 554 páginas que Allamand publicó en 1999, mientras vivía en Washington. “Con Andrés actué como editor. Él escribe bastante bien, pero su problema es comprimir; produjo una montaña de material y, a pesar de mis esfuerzos, salió un libro mucho más largo de lo que me hubiera gustado. En la fase final hubo mucho trabajo en materia de edición, recolección y chequeo de datos”, cuenta Soto.
De cualquier manera, es entretenido alimentar el misterio. En el prólogo, Allamand dice: “Héctor Soto fue mucho más que un editor. Me ayudó a pensarlo y construirlo. Escribí de la primera a la última letra y de ahí metió su bisturí, no sólo para cortar. Me hizo agregar algunas cosas que faltaban”. Entre los agradecimientos aparece también Daniel Platovsky, actual director de TVN y conocido de Soto, quien sí trabajó como escritor fantasma de su padre, Milan Platovsky. El empresario que jugaba golf con Eduardo Frei Montalva publicó en 1997 “Sobre vivir”, sus memorias como sobreviviente del Holocausto. Soto y su colega Juan Miguel Arraztoa trabajaron dos años con Platovsky: una vez a la semana se juntaban los tres a grabar sus conversaciones. Los periodistas viajaron a Praga, la ciudad natal del empresario, reunieron el material y se lanzaron a escribir.
“La experiencia fue tremendamente estimulante. Milan es una de las personas más interesantes que he conocido. Toda la escritura corrió de parte nuestra y eso está consignado en el propio libro”, revela Soto.
Superventas en 40 días
No es para nada justo pensar en el escritor fantasma como un mercenario de las letras: si no amistad sincera, al menos tiene que haber afinidad ideológica entre el “negro” y su cliente. En pleno caso Spiniak, Ana Victoria Durruty, ex reportera de “El Mercurio” y candidata a diputada de la UDI en 2001, recibió una llamada de Pablo Longueira. Obsesionado con la conspiración detrás del lío policial que involucraba a Jovino Novoa, Longueira le pidió a la periodista que le ayudara a escribir un libro en el que repasaran los hitos del partido y el supuesto montaje del que eran víctimas. La hoy jefa de prensa de la Universidad Andrés Bello sería la escritora fantasma. Longueira partió a Frutillar, se encerró una semana y produjo una serie de grabaciones que luego entregó a la periodista. “Él tenía todo claro, de principio a fin, hasta la portada. Yo tenía que escribir en castellano algo que estaba hecho con el lenguaje de un ingeniero”, cuenta Durruty. En este caso no le costó dar con el tono, porque conocía al senador desde hace 20 años, cuando ingresó al gremialismo.
“Mi testimonio de fe” fue escrito en 40 días. El lanzamiento fue el 16 de diciembre de 2003 y el manuscrito sólo estuvo listo el viernes anterior. La primera edición se agotó en una semana y Durruty no cobró un peso. “Lo hice como un regalo a Pablo, en honor a la mística que tengo con la UDI”, dice. De todas maneras, capitalizó la experiencia. Su empresa, A&V Comunicaciones, tiene hoy una división editorial que ayuda a templar las ansias literarias de políticos como Carolina Plaza, la alcaldesa de Huechuraba y que firma un volumen llamado “Sí se puede, Huechuraba por la dignidad de todos”, escrito por la periodista Sonia Salgado.
Otro nicho de negocios son las biografías por encargo. “Hoy, una pareja de profesionales puede mandar a hacer la biografía del abuelo”, dice Durruty. Por unos dos millones puede salir un libro como “Mis cien años de vida”, que recoge la historia de Virginia Kattan de Hirmas. Los inmigrantes, por sus vidas azarosas, suelen ser clientes perfectos: Margarita Serrano trabajó en la historia de Carlos Abumohor y la biografía del fallecido Andrónico Luksic Abaroa estuvo en proceso, pero fue abortada porque el patriarca de la familia controladora de Quiñenco, en vida, contó algunos detalles incómodos. Oliendo la tendencia, hace algunos meses se instaló en Chile Myspecial Book, una franquicia con sede en Nueva York y Buenos Aires y que por unos ocho millones de pesos ofrece escribir la historia familiar y publicarla en edición de lujo. Fantasmas con clase.
Excepciones a la regla
Ghost writers o escritores fantasma ha habido siempre en la historia de la literatura, porque es una forma de ganarse la vida, pero también para esconder la firma, ya sea por vergüenza o por temor a las circunstancias. Sin embargo, existen excepciones: en “La nueva novela”, del poeta Juan Luis Martínez, la firma del autor está parcialmente tachada, pero esto más que un ocultamiento es un gesto poético. En otras palabras, Martínez nos dice que ese libro no lo escribió él, sino otro, ese otro del que hablaba Rimbaud. Otra excepción a la regla fue Alejandro Dumas, el autor de “El hombre de la máscara de hierro”. Las obras de Dumas eran tan demandadas en su época que se vio obligado a contratar 73 escritores fantasma para terminar sus libros a tiempo.
El caso más repudiable, en todo caso, lo constituye Eduardo Labarca, quien en 1976 escribió y publicó “Una vida por la legalidad”, del Fondo de Cultura Económica de México, en cuya portada aparece el Presidente Allende saludando a Carlos Prats. Hasta aquí todo bien, sólo que el señor Labarca se quiso pasar de listo e hizo aparecer el texto como los diarios del ex comandante en jefe. Cuando la familia Prats se enteró, reclamó de inmediato y, con los años, se descubrió a su autor y al dirigente político que ordenó escribir el libro: Volodia Teitelboim. Labarca sólo habría cumplido una orden de partido.
Más allá de las excepciones, los ghost writers existen también porque hay gente poco talentosa o incapaz de escribir un libro. Antiguamente, escribían para la corte o para el rey, como cuenta Javier Marías en su novela “Mañana en el campo de batalla piensa en mí”.
En el último tiempo, los escritores fantasma se han dedicado a las biografías de famosos o políticos, pero también a las traducciones. El poeta Alfonso Alcalde fue el primero en escribir una biografía sobre Mario Kreutzberger. Tiempo después, Alcalde se suicidaría en una pensión de Tomé. Pero quizá lo que está detrás de esta clase de escritores es el encargo, y el encargo en la literatura es un pozo sin fondo.
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