lunes, 30 de julio de 2007

Un poco de picantería porteña

Por Alvaro Bizama

Los concejales no saben de literatura. Hace unas semanas, la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Valparaíso convocó al filósofo Cristián Vila Riquelme (ganador de la versión anterior del premio), la académica Darcie Doll y a este redactor para ser evaluadores técnicos del Premio Municipal de Valparaíso versión 2007. Un premio que por cierto, consiste en 100 UF. La idea era la siguiente: se nos entregaban las carpetas de los postulantes y nosotros como especialistas haríamos una suerte de comentario sobre los méritos de los postulantes.
Hicimos el trabajo seriamente; evaluamos obras y antecedentes, obras y vidas y no hubo demasiada discusión respecto a quien debería ser premiado: Eduardo Correa Olmos era quien tenía más mérito para recibir el galardón. No era demasiado complejo. Correa había recibido premios importantes (el del Consejo del Libro y el Paula) y en los últimos treinta años publicó dos o tres obras canónicas (con “Bar Paradise” y “El incendio de Valparaíso” entre ellas), amén de una trayectoria no menor como académico y ensayista sobre arte. El acta con dicha evaluación era más que clara y evitaba cualquier ambigüedad; Correa le ganaba por paliza al resto de los concursantes.
Lo inquietante es que esa acta (que reseñaba los méritos más que obvios de Correa) le importó bien poco a los concejales, quienes la miraron por encima y decretaron que el Premio Municipal de Valparaíso (que han recibido entre otros Patricio Manns, Ampuero y Juan Cameron) debía recaer en Arturo Morales (1964).
Era su atribución pero la decisión es, por cierto, impresentable por dos razones. La primera es que en el acta se señalaba (cito textual): “A pesar de que tiene un trabajo amplio desarrollado en la cultura y la poesía, su trabajo no ha alcanzado la madurez para competir por un galardón que necesariamente reconoce la complejidad de un proyecto escritural mayor. En sus textos no es posible ver un desarrollo de la poesía más allá de lo meramente formal, aunque se presenta en ella una obra promisoria que, sin duda, entregará más y mejores resultados en los años venideros”.
La segunda, con que Morales (a quien no conozco, por cierto, más allá de un par de saludos protocolares) es un poeta menor incluso en el marco de su propia generación, que contiene a gente con una obra literaria bastante más interesante y desarrollada como, por ejemplo, Víctor Rojas Farías (tal vez el mejor memorialista del puerto), Marcelo Novoa (gestor, poeta y editor clave de la escena local) y Sergio Madrid (autor antologado nada más ni nada menos que por Julio Ortega).
Hay que aclarar que los nombres anteriores dan lo mismo. Ninguno de los poetas anteriores postuló al premio. Lo que importa acá es otra cosa: que los concejales se saltaron olímpicamente el acta que habíamos escrito y votaron por Morales en un gesto que más que premiar al autor, lo deshonra. Huele demasiado a arreglo político como para llegar a tener valor literario o peso estético alguno. En el fondo, literariamente hablando, es mejor los amigos que no te hagan esta clase de favores. Basta pensar del Premio Nacional de Zurita o la impresentable entrega del Premio Municipal de Santiago el año pasado.
Parafraseando al español Javier Cercas cuando habla de los escritores franquistas, Arturo Morales se ganó 100 UF pero perdió con eso la historia de la literatura porteña.

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