Somos víctimas, día a día, del quebrantamiento de ese escaso bien de la cultura urbana que es el silencio y de uno de sus frutos más saludables, la conversación interior.
En la estación del Metro: televisión a toda música.
En la sala de espera de una clínica famosa: televisión a toda voz.
En el recinto de Policía Internacional: la tevé resonando impune.
En el Registro Civil: también ahí activada la ubicua pantalla parlante.
En la cola del banco: la televisión me acompaña con su cháchara, sin pedirme permiso.
En el restobar económico: la pantalla verbosa y ruidosa es parte del menú.
En el Normandie con pretensiones francesas: música muy fuerte que agrava mi sordera.
En TVN: textos de algunos guiones tapados con frecuencia por estridentes cortinas musicales.
No incluyo pubs, discotecas y locales nocturnos en que el ruido, según parece, constituye parte esencial del negocio.
Y así suma y sigue la ruta de los decibelios: no hay cómo escaparse del smog sonoro.
1 comentario:
y en los Pullman Bus también. Hoy tuve que pelear con el asistente para que apagara el CD de Ana Gabriel... por último si fuera música buena, digo yo.
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