viernes, 25 de abril de 2008

Intervenidos

Por Rafael Otano (en este blog)

Somos víctimas, día a día, del quebrantamiento de ese escaso bien de la cultura urbana que es el silencio y de uno de sus frutos más saludables, la conversación interior.

En la estación del Metro: televisión a toda música.

En la sala de espera de una clínica famosa: televisión a toda voz.

En el recinto de Policía Internacional: la tevé resonando impune.

En el Registro Civil: también ahí activada la ubicua pantalla parlante.

En la cola del banco: la televisión me acompaña con su cháchara, sin pedirme permiso.

En el restobar económico: la pantalla verbosa y ruidosa es parte del menú.

En el Normandie con pretensiones francesas: música muy fuerte que agrava mi sordera.

En TVN: textos de algunos guiones tapados con frecuencia por estridentes cortinas musicales.

No incluyo pubs, discotecas y locales nocturnos en que el ruido, según parece, constituye parte esencial del negocio.

Y así suma y sigue la ruta de los decibelios: no hay cómo escaparse del smog sonoro.

1 comentario:

Rodrigo dijo...

y en los Pullman Bus también. Hoy tuve que pelear con el asistente para que apagara el CD de Ana Gabriel... por último si fuera música buena, digo yo.