martes, 16 de diciembre de 2008

Especial de libros recomendados para fin de año (I Parte)

¿Qué libro te impresionó sobremanera el 2008? ¿Cuál te voló la cabeza? ¿Qué le recomendarías a alguien vinculado a los medios y las comunicaciones? El año pasado invité a periodistas, escritores y gente de otros oficios a responder esas preguntas. El resultado fue muy satisfactorio. Muchas sorpresas y comentarios de libros, películas, discos y otras recomendaciones que de otro modo tal vez no habríamos descubierto e inmediato pasaron a la biblioteca personal. Este año repetimos la experiencia. A continuación, los datos de nuestros invitados. Muchas gracias a ellos y espero que los disfrutes.

-Oscar Contardo.
Periodista de la U. de Chile. Trabaja en El Mercurio. Es coautor de La Era Ochentera: Tv, pop y under y autor del libro revelación de no ficción de 2008, Siútico: Arribismo, abajismo y vida social en Chile.

Cuando ella era buena, de Philip Roth. Esta novela es una obra sobre la justicia, la compasión, la rabia y el rencor en la familia.

Uno de mis temas favoritos para desmenuzar es el del "líder positivo". El ronroneo constante en torno a personas y personajes como modelos impolutos de vida. Creo que los medios han hecho de ese esquema una multiplicación que se rastrea desde la nota de prensa hasta el despacho en vivo. Los asesinos debían serlo porque en su niñez eran "muy callados" o "de pocos amigos", dando por sentado cómo debe ser alguien para no generar sospecha ni cometer crímenes (¿gritón? ¿apatotado?). Muertos accidentales que se transforman en íconos de vida prematuros gracias a sus hábitos religiosos; ejemplos de vida gratuitos que surgen en un esquema en que los medios en lugar de informar asumen el rol de manual de instrucciones morales que nadie pidió. En el libro de Roth hay una mirada en claroscuro sobre la piedad humana, sobre la noción de lo correcto y la tolerancia de lo incorrecto, sobre el juicio sumario. La vida entendida como algo más que la sumatoria de datos de un curriculum o la lista de anotaciones del colegio.

-Diego Graglia. Periodista argentino basado en México. Colabora con radio y prensa escrita de EE.UU. y Latinoamérica. Mantiene un blog al que accedes haciendo click en su nombre.

It Wasn't Pretty, Folks, But Didn't We Have Fun? Esquire in the Sixties, de Carol Posgrove. Es genial ver cómo fue que Esquire se convirtió en los ‘60 en la revista más relevante de los Estados Unidos — y, sin duda, una de las más relevantes de la historia de las revistas estadounidenses. Harold Hayes, el editor, es el protagonista principal. Pero queda claro que no hizo todo solo. Su gran virtud, entre varias que tenía, era elegir personas talentosas para cumplir diferentes tareas y después dejarlas hacer sin meterse mucho.

Me sorprendió enterarme que en Esquire no se hacía mucho line-editing o edición línea por línea. (La gran excepción, por supuesto, sería Gordon Lish y los textos de ficción de Raymond Carver, pero eso es oootra, apasionante, historia). Si un texto no cumplía las expectativas, por lo general se pedía al autor que lo reescribiera dándole una idea de lo que se quería. Si no lo lograba, chau. Esquire no publicaba el 50% de los textos encargados -una tasa altísima.

Para los soñadores, hay que aclarar que Hayes enfrentaba los mismos dolores de cabeza de cualquier que trate de hacer una revista comercial y atractiva a los anunciantes y profunda y seria a la vez. Los de Comercial eran una patada en los huevos, básicamente (querían más notas de servicio, querían más moda, querían menos riesgos morales/políticos en las notas, querían una revista más conservadora… bla bla bla), y esa pelea fue la que terminó de alejar a Hayes de Esquire cuando estaba tratando de consolidarse como el nuevo publisher sin perder control sobre Editorial.

Un detalle que es genial, apasionante y más es cómo fue que Tom Wolfe inició el camino que lo llevó a convertirse en uno de los cronistas que definieron al periodismo narrativo de los ‘60 en adelante: resulta que lo mandaron a cubrir una exposición de autos tuneados y nunca entregó el texto. Llegó la fecha y dijo que no podría hacerlo, entonces -como habían gastado plata en unas fotos muy buenas y las querían publicar sí o sí- le dijeron que transcribiera sus notas para que la editora de Autos hiciera un texto que acompañara las fotos.

Wolfe se sentó a la máquina de escribir y estuvo hasta la madrugada escribiendo 49 páginas en una especie de memo que empezaba: “Querido Byron” (Dobell, su editor). Byron agarró el texto, le sacó el “Querido Byron” y lo publicó.

Dice la autora Carol Polsgrove: “Para Hayes, éste fue un ejemplo de cómo la relación entre un escritor y un editor puede generar algo que el escritor no habría podido producir solo”.

Follow The Story, de James B. Stewart. Fui alumno de la clase de periodismo narrativo de Stewart en Columbia y el truco para los que no lo han sido es que el libro y el curso siguen la misma estructura. Cada capítulo (y cada clase) explican un aspecto concreto de los reportajes narrativos que Stewart -ganador del Pulitzer- escribe para The New Yorker y solía editar para la famosa feature de portada del Wall Street Journal: la idea, la propuesta al editor, el reporteo, la lede, la transición, los diálogos, las descripciones, etc.

Es una herramienta utilísima tanto para los reporteros como para los editores que quieren dedicarse a la crónica narrativa, al periodismo literario o como lo quieran llamar. Este año lo releí entero y por secciones para asistirme en mi trabajo, tanto de editor como de escritor, y me ayudó un montón.

Stewart dice que la mayor satisfacción de escribir una historia le viene cuando encuentra en su mente -y en la pizarra- la estructura del texto, el esqueleto de capítulos o de escenas. Lo demás es casi un tipeo mecánico, asegura. Siguiendo sus consejos, encontré que esta increíble afirmación puede ser cierta. Postergar la escritura de la primera palabra hasta saber más o menos cuál va a ser la última produce una sensación de triunfo intelectual sobre uno mismo -y sobre un tema complejo- muy gratificante.

-Marisol García. Periodista especializada en música, traductora, columnista y editora de Música Popular. Su blog es De Gira.

La gran guerra por la civilización, de Robert Fisk. Mi gran descubrimiento de este año -muy tardío, por cierto- fue Robert Fisk, el hombre que más sabe sobre Medio Oriente, según Wikipedia. Me asombró la agudeza del interminable La gran guerra por la civilización, y luego he venido a saber sobre los muchos premios y polémicas que el británico se ha ganado por ése y otros libros. O sea, todo menos un descubrimiento. No es poco haber entrevistado tres veces a Osama bin Laden "es el Gran Prófugo el que lo busca a él, y no al revés", pero lo que te agarra de su prosa no es que luzca la conquista incesante de golpes periodísticos ni el acceso a secretos que dejan en permanente vergüenza a la CIA, sino el modo en el que combina descripción, análisis y juicio ético. Algunos periodistas creerán que esas tres cosas deben estar bien separadas en el reporteo bélico o de conflictos internacionales, pero cuando la cobertura de Medio Oriente ya te ha acostumbrado al reporteo diario de tragedias, es inspirador acceder a una explicación que, a partir de antecedentes que uno no maneja, ilumina la diferencia entre estrategia, torpeza, afán de lucro o simple y llana crueldad.

Siempre he creído que una de las medidas de lucidez de un comentarista es volver a las notas escritas “en caliente”, justo después de sucedida una gran noticia. El libro incluye el texto que Fisk redactó desde un avión cuando se enteró de la caída de las Torres Gemelas, y es impresionante cómo le apunta a casi todo lo relevante, como si el corto y largo plazo se acercaran en su mirada de experto.

-Gerardo Albarrán, periodista mexicano, creador de Sala de Prensa y coordinador de Proyectos Especiales de Proceso

El 45, de Félix Luna. En reciente viaje por Argentina tuve ocasión de ver el musical "Eva" en un teatro de la calle Corrientes, interpretado por Nacha Guevara; y en el barrio de la Boca me encontré una biblioteca popular de "Los Descamisados de Evita, Agrupación Peronista". Y los dueños de la casa en que me hospedé (un filósofo y una funcionaria del Ministerio de Cultura que vivieron exiliados en México) me hablaron de aquellos tiempos. Y el chofer que me pusieron fue un descamisado... Y entonces me pregunté a mí mismo: "Mí mismo, ¿quién fue Perón?"

Intentando conocer algo más de esa parte de la historia de ese país, que aún hoy se vive, pregunté a un académico local por un libro que me diera un panorama amplio, partiendo de la
base de que prácticamente yo no sabía mayor cosa sobre Juan Domingo Perón. El libro que me
recomendó es un ensayo sobresaliente, escrito por un historiador que, en algunos momentos de la obra, incluso entrevista al general. Sin diatribas ni panegíricos, es una buena forma de acercarse al personaje en el año crucial de su encumbramiento en el poder.

2666, de Roberto Bolaño. Esta novela del fallecido escritor chileno es de las que atrapa. Plagada de referencias a las muertas de Juárez, recorre el mundo en un singular travelling que describe a una civilización agonizante.

La puta de Babilonia, de Fernando Vallejo. Este escritor colombiano me gusta más cuando habla de sí mismo; me atrae su cinismo, su desdén por casi todo, la violencia de su prosa. En este libro pretende hacer un ensayo sobre la iglesia católica, lleno de información, para destrozar a una institución de por sí poco defendible. Pero oculta sus fuentes y con ello introduce la duda sobre la precisión de los datos que maneja. Recomendable para jacobinos como yo, que aún así me quedo con Yallop.

-Roka Valbuena. Periodista de algún lugar de Chile, antiguamente conocido por su madre como Juan Pablo Donoso. Trabaja en el diario Crítica de la Argentina. Allí comenzó, cual Asuntos Internos, escribiendo "Bambalinas", una sección sobre lo que sucede en la redacción del gordo Lanata. Ahora hace otras cosas.

El Buenos Aires de Oberdán Rocamora (1981) se encuentra en librerías de viejo. Son las crónicas que publicó Jorge Asís entre 1976 y 1980 en el diario Clarín utilizando el nombre Oberdán Rocamora. Tratan sobre personajes mínimos de Buenos Aires como la gran Kony Kemper, la vedette ciega, o como Alfredo Arturo Uriarte, el autodefinido enemigo de Sigmund Freud, o como Peralta Ramos, el llamado Pedazo de la Atmósfera, entre tantos destacados anónimos de la Argentina de esos años. Son simples ciudadanos a los que Asís transforma, al menos por una crónica, en estrellas de cine. A mi juicio el libro está escrito magistralmente. Pienso que, aunque haya trabajado en el gobierno de Menem y haya ido por ahí haciendo tonteras, Jorge Asís es de los mejores cronistas argentinos de los últimos tiempos.

-Juan Pablo Meneses, escritor y periodista portátil. Trabaja para medios de todo Latinoamérica. Es autor de los libros Equipaje de Mano, La vida de una vaca y Sexo & Poder. El extraño destape chileno. Es chileno y vive en Buenos Aires.

Aunque apareció a fines del 2007, me llegó a las mano en mayo de este año y fue una de las sorpresas periodísticas del 2008. Se llama Despachos del imperio (Debate/Random House, Venezuela, 2007), del venezolano Boris Muñoz, y es una mirada nueva de Estados Unidos: el tema favorito de los latinoamericanos. Boris Muñoz es un venezolano de voz grave que mide como dos metros y que, como muchos jóvenes periodistas de esta parte del mundo, se fue a Estados Unidos para hacer un post grado. Claro que en vez de estar uno o dos años, Boris se quedó desde 1996 hasta 2003, con Torres Gemelas incluidas. En este libro –donde hay columnas que escribió para El Nacional de Caracas- hace una buena apuesta: contarnos Estados Unidos con la complicidad del Latinoamericano aventajado. Y acierta.

-Daniel Villalobos. Escritor, crítico de cine, editor de Bazuca.com, cómplice de Gonzalo Maza en el podcast Analízame y ganador del concurso de cuentos Paula 2003.

Dios no es bueno, de Christopher Hitchens. Hablando como alguien que se formó en el corazón de la fe bautista hasta los catorce años y que luego se ha desplazado lentamente hacia el ateísmo, tengo que decir que este fue el libro que más me impactó en mucho tiempo. Es ordenado, es claro, tiene ese estilo tan de Hitchens a la hora de desmenuzar estupideces sin perder la calma y no es una diatriba a lo Fernando Vallejo. Es una defensa, en el sentido judicial, de la posición del ateísmo como una mirada que merece respeto y atención por parte de la sociedad y de los poderes públicos.

Hitchens dice que debemos librarnos de la religión, como si fuera una peste. Yo no estoy tan seguro, pero sí creo que este libro me hizo un poco más tolerante, un poco menos supersticioso y un poco menos estúpido. Efectos colaterales que no le vienen mal a nadie, menos a un periodista.

Siútico, de Oscar Contardo. Estuvo en los rankings y mucha gente lo ha comentado. Pero lo menciono igual. Porque en un área de nuestra sociedad donde todo parece tan plácido -la relación entre clases- Contardo sacude el polvo y demuestra que por debajo corren el rencor y el miedo por ambos bandos. Siútico es un libro extraño, incluso travestido: parece al principio un ensayo sobre los patéticos intentos de los de abajo por emular a los de arriba, pero en el fondo es un estudio concienzudo y brutal sobre el segundo grupo y sus mutaciones a lo largo de las décadas. Décadas atrás, un libro así habría sido excusa para salir a tirar piedras. En estos días tendrá que conformarse con que lo recomendemos en los blogs.

¿Y qué relevancia podría tener para nuestra prensa local? Bueno, entre otras cosas, para preguntarse a fondo por el abismante cambio de tono a la hora de reportear un hecho de sangre en La Legua y otro en Vitacura. O para discutir si acaso nuestra escuálida prensa de farándula no será hoy el único espacio público donde el clasismo se asume y suelta la lengua (desde ambos extremos). En fin. Ejemplos sobran.

Standard Operating Procedure, de Errol Morris. Está en Zona 1 y es uno de los tantos documentales que se han hecho sobre la guerra de Irak. Está centrado en el escándalo de las fotos de Abu Ghraib, y es muy interesante para periodistas, porque Morris –que opera como un detective y no un ‘cineasta’- descifra lo que de veras sucedió a partir de las cientos de fotos digitales que se tomaron (y que tomaron los propios infractores). Su tesis, en el fondo, es que la verdad oficial, específicamente las versiones oficiales de organismos como el ejército, son tan enmarañadas y dignas de desconfianza porque ni siquiera quienes las generan saben toda la verdad o entienden los alcances de su encubrimiento.

-Matías Carvajal, director de Publimetro

Blogs, Medios tradicionales y nuevos medios en Chile en el Chile 2.0, de Eduardo Arrigada, Luis Argandoña y Tomás Pollack. Es un libro que nos entrega una visión muy interesante respecto de cómo se ha ido desarrollando el mercado de los medios en Chile. También no permite mantenernos actualizados sobre las páginas que marcan pauta en el país.

-Francisca Skoknic, periodista de Ciper. Mantiene el blog El Post

El arte del asesinato político, de Francisco Goldman: "Es el mejor de todos nosotros", dijo sobre Goldman el niño símbolo de los escritores latinos en Estados Unidos, Junot Díaz, cuando hace algunas semanas lo entrevistaron en el suplemento Cultura de La Tercera.

Injustamente desconocido en Chile, Francisco Goldman es un escritor de origen guatemalteco-estadounidense que ha recibido importantes premios por sus libros de ficción, entre los cuales mi favorito es La larga noche de los pollos blancos (1992, Anagrama).

También tiene un nombre como autor de no ficción y fue como tal que en 1998 partió a Guatemala a reportear para The New Yorker el asesinato del obispo Juan Gerardi, ocurrido dos días después de que entregara el informe sobre violaciones a los derechos humanos de su país. Goldman se obsesionó con el caso y siguió investigándolo durante años, hasta que publicó The art of political murder, que el 2007 estuvo entre los mejores libros del año según el New York Times, The Economist y el Washington Post, entre otros.

La historia es potente por sí sola, pues un crimen que a primera vista tenía evidentes móviles políticos, se fue contaminando con acusaciones de una revancha pasional homosexual entre curas e incluso involucró a un perro llamado Baloo, que estuvo "preso" y fue objeto insólitos estudios criminalísticos.

Goldman cuenta los hechos con una narración muy simple, directa y entretenida, mezclándolos con su propia investigación, lo cual lo ubica en un lugar importante del relato, pero sin convertirlo en protagonista. Sus pesquisas van bastante más allá de lo que ha conseguido la justicia guatemalteca y convierten al libro en una gran investigación periodística.

Lo recomiendo ahora porque la versión en castellano se publicará por fin en 2009 (Anagrama) e incluirá un importante epílogo, que relata lo que pasó después de la aparición del libro en inglés.

Éste se publicó en medio de la campaña presidencial de Guatemala y abrió interrogantes sobre el rol en el crimen del general Otto Pérez Molina, uno de los candidatos, por lo cual el libro tuvo un efecto político no menor. El epílogo revela también una importante pieza de la estrategia de desinformación y homofobia que hubo en torno al crímen y que llegó hasta el entorno más íntimo del ex presidente Álvaro Arzú. Su publicación podría ser una nueva bomba en Guatemala.

Otros imperdibles del 2008: Siútico, de Oscar Contardo; Jefazo, de Martín Sivak y Golden Boys, de Hernán Iglesias Illa.

-JI Stark, estudiante de periodismo, columnista de Tendencias en La Tercera y analista independiente en tecnología para agencias de medios y publicidad.

Microsiervos, de Douglas Coupland. Es cierto: van a ser ya casi 15 años desde que fue publicado, pero hoy el libro está más vigente que nunca. Si la idea de escapar de una gran y dominante compañía — como lo era (y es) Microsoft – para iniciar una start-up con los amigos que viven en tu casa era digno de Orwell o Aldous Huxley a mediados de los 90, podríamos decir que Coupland hizo de Nostradamus mirando el panorama actual, solo que cambiando a Dan por Kevin Rose, el dúo tras YouTube (Steve Chen y Mark Hurley) o Mark Zuckerberg. Si eso no te dice nada de hacia donde va la bolita en cuanto a Internet y como estos movimientos afectan e influencian a los medios, difícilmente algún otro libro lo hará.

Bonus track: 233 grados, ganador del premio al mejor blog en lengua hispana de los BOB's 2008, tiene algo más que una amplia cobertura al movimiento de los medios europeos en español; la sección Entre'bits'. Ahí, regularmente los directores o los responsables de medios tradicionales o 100% digitales se sientan a hablar sobre como viven el paso de la nostalgia del papel a la modernidad. El otro es un libro: Educación en Medios, de David Buckingham. Lo leí a principio de año y de todas maneras habría agradecido enormemente que lo hubieran pasado como texto obligatorio en la escuela, para despertar algunas cabezas dormidas.

-Rodrigo Guendelman. Periodista de la UDP, columnista de diarios y revistas, melómano, conductor de Divertimento y Radiografía en radio Zero.

Las correcciones de Jonathan Franzen.
El libro que me voló la cabeza este año fue este. Es uno de los mejores libros que he leído en mi vida. Por el brillante trabajo de personajes, por describir con mucha inteligencia la vida en Estados Unidos en los noventa, por un guión sorprendente y por el durísimo trabajo de escribir 600 páginas sin jamás dejar de emocionar o sorprender, creo que es un libro recomendable para cualquiera, pero especialmente para la gente que escribe. Es una verdadera cátedra.

-Rodrigo Pinto, crítico de libros de El Sábado.

La guerra de Vietnam. Una historia oral. Christian G. Appy es presentado en la solapa bajo el extraño –para los lectores de otras latitudes- calificativo de “doctor en Civilización americana”. Ha hecho clases en el MIT, en Harvard y Massachussets, donde ejerce actualmente, y ha publicado varios libros; entre ellos, Working Class War: American Combat Soldiers and Vietnam. Es decir, tiene una trayectoria amplia en la investigación de un tema que sigue dolorosamente presente en la memoria de los estadounidenses, quizá debido especialmente a la imaginería trazada por un puñado de películas a través de las cuales se intentó exorcizar la derrota. O elaborarla, como diría algún freudiano. El caso es que Appy, cinco años antes de la publicación del libro, inició una serie de viajes para entrevistar a los protagonistas de la guerra, de ambos lados, énfasis tan importante para el autor que lo puso en el título original, The Vietnam War Remembered from all Sides. Con los materiales reunidos construyó un libro fascinante, que sigue de manera más o menos lineal el conflicto durante tres décadas: desde fines de los cuarenta, cuando comenzó la presencia estadounidense en Indochina, apoyando a la potencia colonial –Francia- en la defensa de los territorios que dominaba, hasta los setenta, con la salida de los estadounidenses en 1973 y el derrumbe del gobierno de Vietnam del Sur en 1975.

El interés del libro, para periodistas y comunicadores, radica en el modo en que Appy organiza los testimonios. Una introducción precede cada capítulo, y luego breves textos en cursiva presentan a cada personaje que interviene: el lugar donde fue la entrevista, un breve resumen biográfico y ya está, Appy les cede la palabra. Y es realmente notable cómo, a pesar de la diversidad de voces y puntos de vista (incluidos los de algunos halcones de la época, que achacan la derrota a errores de los políticos), el libro se lee con gran fluidez y logra entregar una impresionante imagen global del conflicto. Sobrecogedor y asombroso, el tapiz que descubre Appy ante el lector tiene la calidez narrativa del testimonio y el rigor de la historia, en una amalgama que pocas veces se ve en este ámbito.


Y, por último, muchos de los entrevistados son periodistas, mujeres y hombres, que estuvieron en la zona del conflicto. Cada uno de ellos entrega un testimonio sobre la manera en que reaccionaban ante una realidad que frecuentemente los ponía ante situaciones límite. Especialmente impactante es el relato de Gloria Emerson. Dice que, antes de la guerra, ella “era Mary Poppins. Era profundamente ignorante y creía que los estadounidenses pondrían el mundo en orden”. Tres décadas después, no puede hablar mucho de sus experiencias, que aún la bruman; sufre, según le dijo su traductor en Vietnam, que también es entrevistado en el libro, de “ausencia aguda de olvido”.
Editorial Crítica, Barcelona, 2008. 577 páginas.

-Pablo Mancini, periodista argentino. Es gerente de servicios interactivos de El Comercio de Lima y antes trabajó en Perfil.com. Tiene su blog desde hace más de cinco años y fue uno de los creadores de 20palabras.com, un proyecto experimental de periodismo distribuido orientado a dispositivos móviles.

El Cisne Negro, de Nassim Nicholas Taleb ¿Qué es un cisne negro? Para empezar, es un hecho improbable, sus consecuencias son importantes y todas las explicaciones que se puedan ofrecer a posteriori no tienen en cuenta el azar y sólo buscan encajar lo imprevisible en un modelo perfecto. El éxito de Google y YouTube, y hasta el 11-S, son “cisnes negros”.

El Cisne Negro no es un libro sobre probabilidades. Es un ensayo sobre la ilusión de comprender, sobre la distorsión retrospectiva, sobre la valoración exagerada de la información factual y sobre la fragilidad de los discursos que pretenden explicar, ex post facto, la gestación de los Cisnes Negros. Tampoco propone una resignación cognitiva, claro que no. Ni un relato beatnik de la ciencia. El Cisne Negro expone lo lineales que resultamos, lo predecible que nos volvemos, lo imprudentes que somos para tender un puente caprichoso entre la descripción y la predicción. Pero también se puede leer como un manual de acción. Aun ocupándose de la suerte, lo aleatorio y la incertidumbre, Nassim Taleb es un empírico, como todos nuestros pensadores favoritos.

Nassim Nicholas Taleb explica qué son los Cisnes Negros y da ejemplos, pero la fuerza del libro emerge de donde más le gusta escarbar al científico de la incertidumbre: los problemas de la inducción y la opacidad epistémica. A lo largo de su ensayo, Taleb se explaya sobre por qué confundir una observación ingenua del pasado o del presente con algo definitivo o representativo del futuro es la sola y única causa de nuestra incapacidad para comprender al Cisne Negro.

Taleb es una locomotora retórica que avanza a toda velocidad contra la platonización de los modelos que suponemos exitosos, las herramientas que creemos idóneas, las categorías que aceptamos por acumulación factual. “Disponer de muchos datos no proporciona confirmación, pero un sólo ejemplo puede desconfirmar”, insiste todo el tiempo y muestra por qué.

Uno que ganó fuerte con la crisis. Cualquiera podría suponer que un Cisne Negro reciente es el derrumbe de Wall Street. Nadie lo vio venir, sorprendió a todos y tendrá consecuencias que todavía son muy difíciles de precisar. Como para no golpearse el pecho, entonces, si fuiste el profeta de la catástrofe, mientras un hedge fund llamado Universa basa su estrategia de inversión en los principios de Taleb y cierra octubre con ganancias de entre 65% y 115%.

Pero sacalo de su crítica mordaz a la academia, olvidate de sus reproches al sistema financiero. Si por un momento pensás al Cisne Negro en función de los discursos sobre Internet o sobre los nuevos medios y el periodismo digital, ni hablemos del mundo de la Web 2.0 y sus negocios o de los medios de comunicación, las ideas de Taleb se vuelven cada vez más una crítica arrasadora de los relatos que construimos sobre nosotros mismos.

Platonizando la Web 2.0. No es casual que repentinamente un público inesperado y agradecido de la obra de Taleb sean los emprendedores. Cansados de tanta profecía autocumplida, de los relatos exitistas y de la sobrevaloración de cientos de startsups, burbuja envuelta con el moño de la rentabilidad cero, buscan en las ideas expuestas en El Cisne Negro algunas herramientas conceptuales claras para sobrevivir a la platonización de la Web 2.0 y operar en un mundo cada vez más postplatónico.

Taleb se sorprende, se indigna en realidad, no con la magnitud de nuestros errores de predicción sino con la falta de conciencia que tenemos sobre ellos. Pero, de nuevo, leé El Cisne Negro y pensá un poco en la cantidad de posts que leíste en la blogósfera sobre ¡la crisis nos beneficia!, ¡sólo los proyectos digitales y la Web 2.0 están inmunes al cataclismo financiero! Y en nada, en sólo un par de semanas, la platonización de la Web 2.0 taggeada en los archivos de los supuestos casos de éxtio y entre las loas cantadas a los modelos de rentabilidad cero de tanta red social, se volvió imposible. Los despidos y reducciones ya no se pueden esconder bajo la alfombra, y la crisis que iba a pasar por todos lados menos por casa, se hace evidente. Los grandes clusters de servicios online y las redacciones digitales reducen personal, los fondos de inversión se vuelven aves migratorias en extinción y hasta los usuarios son convocados a rescatar la Web 2.0. Una monedita, por favor.

El Cisne Negro es un protocolo de actuación: “no sobre cómo pensar, sino sobre cómo convertir el pensamiento en acción y descubrir qué conocimientos merecen la pena”. Taleb explica maravillosamente por qué cuando más inesperado sea el éxito de una empresa, menor será el número de sus competidores. No obstante no deja de pensar que un Cisne Negro es también una caja negra cuyo código fuente, aun cuando creemos conocerlo, es un relato más o menos cerrado que nos contamos a nosotros mismos para no enfrentarnos al abismo de lo improbable y de lo que no vemos venir.

El Cisne Negro es un librazo porque, mientras confundimos cada vez más la cantidad de información con certeza y previsibilidad, se detiene en lo que no sabemos y los mecanismos que desarrollamos para no aceptar que muchas veces no aprendemos. Es duro y cruel, y planta un espejo frente a los discursos que levantando la bandera de la innovación se vuelven conservadores hasta lo inenarrable.




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