domingo, 24 de agosto de 2003
Reportaje LND sobre Rock & Rejas
Conciertos de rock en prisiones de Santiago
Cárceles rock tour 2003
Este viernes se realizó la tercera jornada de la particular gira “Rock y Rejas”, que llevará nueve bandas a igual número de penales de la Región Metropolitana. Aunque las actuaciones de músicos profesionales han sido una constante en las cárceles chilenas, es la primera vez que se organiza un evento de esta envergadura, que se traducirá, además, en un disco compilatorio y un documental.
Por Soledad Ortega / La Nación Domingo (24 de agosto de 2003)
Hernán cuida dos plantas en un pedazo del patio que acomodó como su jardín personal. Una de ellas la recogió de la basura y hoy, a punta de agua y meticuloso cuidado, luce fuerte y sana. Pero además, tiene otra pasión que lo alimenta y mantiene con vida.
En sus ratos libres, que son muchos, escucha la radio Universo y asume su gusto por los clásicos rockeros de los ochenta y, cada sábado por la tarde, sintoniza la emisora de la Universidad de Chile para escuchar un programa de música latinomericana que le sublima y lo saca por unos minutos de su encierro.
Su verdadera pasión musical, sin embargo, son Los Jaivas, a quienes incluso fue a ver al Festival de Viña, en el año 1982, cuando el grupo volvió de su autoexilio. Veintiún años más tarde, Hernán lloró a mares tras enterarse de la sorpresiva muerte del “Gato” Alquinta.
Pero no pudo ir a su funeral porque Hernán, “don Hernán”, vive hace seis años en la Calle 5 de la Penitenciaría de Santiago.
Condenado por homicidio -él reclama haber sido inculpado injustamente por un crimen que cometieron sus hermanos-, Hernán ofició el viernes recién pasado de ‘roadie’, (asistente de una banda rockera) en el concierto que Los Pettinellis dieron en el recinto carcelario, en el marco del proyecto “Rock y Rejas”, que llevará nueve bandas a número similar de penales en la Región Metropolitana.
Encargado de las conexiones eléctricas del recital, fue el único afortunado de su sección que vio a los rockeros. Por la extraña lógica del mundo carcelario, el resto de sus compañeros sólo escuchó desde detrás del portón que separa a la Calle 5 del patio central de la Penitenciaría, el concierto que la banda brindó frente a 1200 reclusos, quienes eran los “chicos más malos” del penal y no profesan mucho cariño por los habitantes de dicha sección, acogidos a diversos beneficios, como talleres y trabajos remunerados gracias a sus buenas conductas y, en su mayoría, próximos a cumplir sus condenas.
“Suenan bastante bien”, dijo Hernán, entusiasmado. “Yo sólo los había escuchado por la radio. Primera vez que veo un concierto de rock aquí dentro. Ojalá hicieran cosas como esta todos los meses, haría que muchos menos presos anduvieran dándose de cabezazos en la pared”.
Los Petinellis cantaron “Hospital”, y los internos tararearon por primera vez una canción que les resultó familiar. Y la aplaudieron como el mejor público que una banda pudiera tener.
ROCK PARA OÍDOS ENCERRADOS
Aunque las actuaciones de músicos profesionales han sido una constante en los penales chilenos, su intermitencia ha sido evidente. Esta es, sin embargo, la primera vez que se organiza un evento de esta envergadura. El proyecto es toda una gira que comenzó el pasado miércoles en la Cárcel de Buin, con la presentación de la Patogallina Saunmachín, y culminará el próximo 3 de septiembre en la Cárcel de Puente Alto, con los rockeros de Guiso.
“Rock y Rejas” nació en los cerebros del periodista Miguel Paz y el sonidista Marcos Salazar. Tras leer una crónica titulada bajo ese mismo nombre -en este medio, en febrero pasado-, y que versaba sobre las actuaciones de dos bandas en los penales de Buin y Valparaíso, comenzaron a gestar esta iniciativa que se traducirá, además, en un álbum compilatorio con lo más destacado de estas actuaciones “en cana”.
El 50 por ciento de las ganancias se donará a los talleres de Música de los penales incluidos en el tour. Se contempla también la realización de un documental y una exposición fotográfica que rescatará la experiencia.
“Este proyecto puede abrir un camino. En la medida que estas personas tengan la opción de acceder a la música como cualquiera otra, sus vidas pueden ir mejorando. Una cosa es perder la libertad de movimiento y otra, muy diferente, es no tener la posibilidad de disfrutar las manifestaciones artísticas más elementales”, opina Martín Erazo, director de la compañía teatral Patogallina y vocalista del proyecto musical escindido de su colectivo.
Erazo cuenta que ellos habían intentado presentarse anteriormente en diversos penales, pero nunca obtuvieron la autorización de Gendarmería, por lo que respondieron gustosos a esta convocatoria.
Obviamente organizar tocatas de rock en las cárceles no es nada fácil. Aunque Gendarmería, dentro de su política institucional, apoya estas iniciativas, finalmente todo depende de las circunstancias, recursos e intereses de cada penal. Por ejemplo, la música que se escucha en el norte es aún el sound. Tanto bandas de reclusos como de músicos de la zona, se presentan cada cierto tiempo en los recintos de la I y II regiones.
La institución no tiene un catastro oficial de los grupos que han tocado en cárceles chilenas, pero entre las actuaciones más emblemáticas y memorables se cuentan tres. La primera de ellas es la que brindó el grupo de mujeres Mamma Soul, para el aniversario de Colina I en noviembre de 2001.
La segunda fue la de Mauricio Redolés y sus Ex Animales Domésticos, en 1998, cuando tocaron en la Cárcel de Valparaíso y en donde el músico y poeta imparte talleres de literatura. Y, por último, las que dieron en su momento los disueltos Fiskales Ad Hok en la Cárcel de Alta Seguridad. El compromiso de estos músicos con la causa de los presos políticos los llevó a editar el año pasado el compilado “Fugarte rebelde”, que contó con la colaboración de Curasbún y Mal Gobierno, entre otras bandas punk.
“¿Y DÓNDE DEJASTE A LA PATTY LÓPEZ?”
Quizás fue el ‘Bruce Lee’ quien mejor lo pasó en la tocata de Los Pettinellis. Aprovechando todo el alboroto que significó el montaje del espectáculo, el recluso, que pertenece al grupo de discapacitados mentales del penal, disfrutó parte del show nada menos que desde el propio techo de la Penitenciaría, causando las consiguientes risas y bromas de los espectadores-reos que se encontraban en el patio del recinto.
Su aventura fue uno de los momentos más distendidos de la jornada.
Contrario a lo que podría esperarse, los reclusos observaron con bastante tranquilidad el show: más que aplaudir, chiflaron de aprobación al final de cada tema y sólo gritaron o cantaron al comienzo de las canciones más reconocidas, como “Sexo con amor” y “Ch bah puta la güea”.
“Ah, ¿ésta les gustó a los huevones?”, preguntó Alvaro Henríquez, cuando su público respondió con alegres chiflidos a los primeros acordes de “Hospital”, aumentando así las rechiflas de aprobación. “¿Y dónde dejaste a la Patty López?”, le respondió un interno.
“En general, los reclusos son bastante tranquilos. Más que participar, observan el espectáculo. Pasa porque tratan de mostrar buena conducta ante los gendarmes. Una indisciplina en un acto de este tipo les puede costar caro porque, después de todo, estar en la cárcel no te hace andar muy contento por la vida”, comenta uno de los productores del evento.
Con un alto porcentaje de reos que apenas se empinan por los 20 años, el público de esta tocata es una pequeño porcentaje de los 5 mil 122 internos que conforman la población penal.
No es fácil la vida en la Penitenciaría, el viejo recinto fue construido en 1843 con capacidad para unas 600 personas. Las sucesivas ampliaciones y reestructuraciones no han logrado acomodar a la enorme sobrepoblación de internos. Hay galerías donde permanecen hasta 400 personas, las que, más encima, no tienen mayor alternativa que estar encerradas en su sección todo el tiempo. Ya sea porque son “niños muy buenos”, como los de la Calle 5, o “muy patos malos” como los internos de la Calle 4 y 6, donde ubican a los reincidentes.
Mientras Los Pettinellis finalizaban su tocata en calma, en las rejas de la Galería 12, donde son ubicados los procesados por narcotráfico, la acción comenzaba a disminuir. Pese a también permanecer aislados, estos reos igual se las ingeniaron para negociar drogas con el resto de los internos. “Lo que más se mueve acá es la pasta base y la coca, aunque es más escasa y cara. De marihuana, eso sí, no hay nada. Esa sí que es escasa”, confiesa un interno.
En tanto, Hernán, “don Hernán”, ahora se enfrenta a una disyuntiva ¿Los Jaivas o Los Pettinellis? “Yo creo de todos modos me quedo con Los Jaivas”, responde luego de mirar sus dos plantas robustas y sanas. “Pero en 15 meses más, cuando salga, igual me gustaría ver una tocata de estos cabros, afuera”.
EN BUSCA DE LA REINSERCIÓN SOCIAL
A través de su Departamento de Readaptación, Gendarmería apoya diversas instancias artístico culturales que apuntan a la reinserción de los internos, siendo los talleres de música y las bandas que nacen de ellos, tal vez, las más llamativas.
Con ejemplos paradigmáticos como Cocha Waira, agrupación andina de la cárcel de Talagante, que tiene dos discos compactos a su haber, y actuó junto a Los Jaivas, en 2002, en una masiva presentación realizada en los estacionamientos de un mall.
Pero también hay iniciativas como el Festival de Arte Libre, muestra de danza, teatro y plástica desarrollada por los propios reos y que se ha exhibido en diversas universidades.
Más conocidos han sido los talleres de teatro de la directora Jacqueline Roumeau, ya que se han traducido en los exitosos montajes “Pabellón 2: Rematadas” y “Colina I, Tierra de Nadie”, protagonizada por reclusas y reclusos, respectivamente. Todo un clásico son los talleres de literatura de Mauricio Redolés, actividad que el artista realiza desde 1995 a la fecha en distintos centros.
También invitado al ciclo “Rock y Rejas”, Redolés opina: “Si no creyera en alguna utilidad de mis talleres en la vida de las personas, en su reinserción social, ya habría dejado de hacerlos. He visto personas que han hecho una profunda reflexión de sus vidas, a partir de esto, donde el taller fue una pequeña brizna de apoyo en el enorme potrero de pasto. La escritura los llevó a meditar sobre sus vidas. Hoy hay gente que estuvo en mi taller en la cárcel y ahora está en la universidad”.
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