domingo, 4 de septiembre de 2005
Entrevista Marco Enríquez Ominami
Un café con el cineasta más busquilla del país
PERDIDOS EN EL SHERATON
Marco Enríquez está en Tokio. Es el único chileno "civil” invitado a un encuentro de líderes. El ex "pendex" ahora lidera Chile Medios, un engendro que reunió a los presidenciables en desayunos pesados para hablar de tele. Su última obsesión. “Un ejecutivo de televisión es más importante que un ministro de Estado”, dice.
Miguel Paz / La Nación Domingo (4 de septiembre de 2005)
Marco Enríquez es raro. “Freak”, como diría Paz, Sergio. Y resbaloso. Como chancho enjabonado. Y rápido para hablar. Igual que Paz, el otro, cuando escribe. Que lo hace cortito. Con harto punto seguido, como dijo Alejandro Zambra al referirse a Sergio. Sí, Sergio Paz, el otro, que no es primo ni hermano ni padre ni tío de este reportero. Aunque siempre se lo pregunten. Tal como lo hace Marco Enríquez-Ominami apenas se baja de un Audi A4 que lo deja en la entrada del Hotel Sheraton.
Pero Marco sólo se parece en eso a Sergio Paz. Aunque diga que son amigos. Porque Marco Antonio Enríquez-Ominami no habla con punto seguido ni tira frases cortitas, como Paz. Marco, en realidad, tiene un aire a Charlie Kaufman, el guionista de “Quién quiere ser John Malkovich”, “El ladrón de orquídeas” y “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”. Guardando las proporciones, eso sí. Tartamudea como él. Se mueve en la silla como él. Y se hace el leso -como él- cuando le preguntan algo que no le gusta. Como, por ejemplo, de dónde saca la plata y el tiempo para armar la Fundación Chile Medios, hacer documentales, publicar un libro con Carlos Ominami, y hacer tantas otras cosas que no sabremos de él.
Entonces, Marco dice: “¿Ah, cómo, de qué cosa, de qué parte? Estás mezclando peras con manzanas”, y aprovecha los segundos de duda del periodista. Se arregla el pelo. Y se larga a mil palabras por minuto con el tema que le venga en gana. Igual que Kaufman cuando le pidieron un guión clásico, de buenos y malos, para “El ladrón de orquídeas”, y no le hizo ni puto caso a los productores.
Interior. Día. Café del Sheraton. Un par de mesas más allá, Luis Alberto Spinetta habla con una mujer de rulos cobrizos. La chica está alucinada con el autor de “Todas las hojas son del viento”. Spinetta dará un concierto esa noche en Santiago. No le costaría nada enganchar a la “pelo de fuego” y decirle: “Che, subamos a mi habitación a precalentar”.
Pero eso a Marco Enríquez le da lo mismo. Él quiere hablar de tele. De la nueva temporada de “La vida es una lotería”.
Hablemos de Chile Medios, mejor, le digo. “Qué lata. Es como lo obligatorio. Chile Medios es súper innovador”, responde Marco, como de memoria.
-Pero más allá de lo obligatorio. Después de la “preguntita” de Alfredo Jocelyn-Holt a Michelle Bachelet, ¿Chile Medios está top o no?
-Mi evaluación es que es espectacular nomás. Se conversó de una manera distinta, súper irregular. Y si bien el libreto de cada uno de los encuentros fue el mismo, hubo una capacidad de criticismo brutal sobre la televisión.
Brutal. Como la mezcla de individuos que agrupa Chile Medios (Rodrigo Hinzpeter, de RN; María Gracia Subercaseaux, el mentado Jocelyn-Holt, Ricarte Soto, Celso Gutiérrez, “dentista de las estrellas”; Patricio Polanco, productor de TV, más conocido como “Mister Rating”, y otros). La lista de personajes es más deslenguada y variada que TV cable en horario prime. Dejaría a cualquier entrevistado más saltón que enano robando paltas. Quizá por eso Michelle Bachelet no quiso desayunar con Chile Medios cuando la invitaron la primera vez. El grupito ya (se) había merendado a Tomás Hirsch, Joaquín Lavín y Sebastián Piñera, cuando Alfredo Jocelyn-Holt le pidió a la candidata de la Concertación que lo convenciera de que no es una “tapada de las fuerzas militares”.
¿Y el debate sobre la tele? Nadie se acordó. Salvo Marco. Aunque cuesta creer que el “affaire Bachelet” no fuera más importante para el reconocimiento de Chile Medios que hablar de la caja de 525 líneas. “Si no eres percibido, no existes”, dirá Enríquez después.
AHORA ¡TAPA!
La historia de Marco Enríquez siempre ha sido la de un provocador. Hablar es de las pocas cosas que siguen siendo gratis. Y él lo sabe. Por eso dice que quiere a la Licenciada Tetarelli en Chile Medios, aunque ahí mismo se le atore el desayuno a los otros miembros de la fundación. “Me tienen censurado. Todos ponen caras de pomposos, y yo soy acusado de frívolo”.
-También te acusan de esnob. Benjamín Galemiri dijo que a él y a ti les encanta ir a tomar café al Tavelli del Drugstore sólo para joder.
-¿Dónde dijo eso? ¿Lo dijo en público? Nos hemos reído mucho de eso. Sí. Es una provocación. Como tengo cara de roto, de izquierda, negro, sentarme aquí (en el café del Sheraton) es lo que más me gusta.
A unos diez metros, una modelo colombiana habla con una periodista, sentadas en un sofá. Cinco tipos con cara de guardaespalda-mánager escuchan aburridos. En el salón del hotel no hay televisores. A Spinetta, que sigue engrupiendo, parece no importarle. Pero Marco mueve las manos y habla como si estuviera en pantalla.
“Es un delito intelectual eso de suponer que la gente ve lo que quiere ver en televisión”, dice, y apunta a TVN: “Todos los ejecutivos que han estado en TVN han sido defensores de esto. En televisión pública tenemos siete noches de la semana exactamente idénticas. Se franjeó incluso el prime time, que es el horario de mayor contribución de identidad en Chile. Donde en los ’90, TVN fue tremendamente constructiva con “El show de los libros”, “Patiperros”... Y ahora ¡Tapa!
-¿El “Rojo Vip” te gusta?
-No me parece mal que exista el “Rojo Vip”. Esa es mi respuesta más trivial. Creo que “Rojo Vip”, rajuela, rajanda y rayuela y las declinaciones del Rojo no sé cuanto, es no querer abrirse a otros contenidos. No querer tomar riesgos. Aquí el futuro de TVN se decide en ¿cómo le va a “Versus”? Si le va bien o mal. Eso te demuestra que la televisión pública no se hace cargo de ser una oportunidad diferenciadora y de servicio público.
-¿Por qué le asignas tanta importancia a la tele?
-La televisión tiene un 80 ó 90% de encendido en esta época. Tiene niveles de perforación social altísimos. Construye verdades mediáticas que son verdades sociales o verdades sicológicas, y es una verdad política en el acto. Porque es una promesa que se actualiza todos los días, como “Prometeo encadenado”. Para mí, un ejecutivo de televisión es más importante que un ministro de Estado.
ACADÉMICO DE LA LENGUA
Cuando llegó a Chile, Marco Enríquez cargaba la mochila de ser el hijo del secretario general del MIR, Miguel Enríquez, y apenas entendía castellano. Durante su primer mes en la Alianza Francesa le gritaban ¡fleto! y él corría a preguntar: ¿qué pasa? Su primo Rafael Gumucio le había dicho que era un diminutivo de Marco. “Entendí muy tarde la palabra fleto”, dice Marco. El problema fue que cuando la comprendió ya hablaba castellano fluido y se entusiasmó con el lenguaje. Se convirtió en referente para hablar de todo. Un tipo puntudo. Cuando aún no se usaba la palabra, Marcelo Comparini lo tildó de opinólogo. “Yo me espanté y empecé a administrar mis opiniones”, dice el cineasta, que sigue creyendo en el lenguaje. “Cuando das batalla en el lenguaje estás haciéndote cargo de una frase muy importante: que el lenguaje hace realidad. Entonces, el lenguaje no debe dejar pasar ni una”, dice.
-Es que hablar no cuesta nada.
-Yo, a diferencia de muchos, no estoy en la acción y no soy cómplice de ninguna güevada. Me critican el lenguaje y me han dicho: es que eres un pendejo puntúo imposible ¡Pero si es una diferencia de lenguaje! Cuando me veas en la acción impútame cosas; pero en lenguaje, ¿cuál es mi delito? Entonces, cuando los periodistas me tratan de criticar, me parece una mariconada, porque yo batallo en el lenguaje. Si quieres me quedo callado y entonces no hay entrevista.
Sus palabras me hacen recordar su documental. Se llama “Chile, los héroes están fatigados”. En él, Marco entrevista a José Miguel Insulza, Óscar Guillermo Garretón, Enrique Correa, todos del MAPU. Les pide explicaciones. Intenta apretarlos contra las palabras. “Ponerlos frente a sus contradicciones”, escribe en la sinopsis del filme.
Pero en el intertanto, Marco se hizo amigo de Max Marambio, un ex GAP devenido empresario, igual que algunos de los entrevistados del documental. Se casó con Karen Doggenweiler, y su imagen de chico puntudo se afectó. Lo acusaron de contradictorio. De que también estaba fatigado. “Yo no estoy nada fatigado”, dice Marco Enríquez-Ominami cuando le pregunto. “Además, te estás contradiciendo. Me preguntaste por la cantidad de cosas que hago, Fatigado no estoy”, retruca.
En eso estamos cuando de la nada aparece una especie de secretario suyo. “Marco, estamos en la hora”, le dice. Marco asiente. Tiene un almuerzo con alguien importante. Se niega a decir quién es. Se despide corriendo: “Te llamo, hablemos después; págate los cafés, por favor”. En el salón quedamos la fotógrafa en práctica, Luis Alberto Spinetta y su chica, la modelo cafetera, sus gorilas y yo. “Su cuenta”, dice el mozo. ¡4.500 pesos por tres cafés! Y yo sin ni uno. "Ahora si que estamos perdidos en el Sheraton", le digo a la fotógrafa.
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