lunes, 26 de junio de 2006

Bonus track (para los que leen este blog)

Como entramos a la Cárcel Vip de oficiales del Ejército
VIAJE AL CENTRO DEL RESORT MILITAR


En abril de este año un ex miembro de la CNI nos ofreció entrar al Batallón de Policía Militar de Peñalolén. Quería mostrarnos los privilegios de los altos oficiales recluidos allí. Sentía que el Ejército había abandonado a los suboficiales que se ensuciaron las manos por la dictadura. Para él esta diferencia de trato entre unos y otros era “algo imperdonable”.

Por Miguel Paz y Javier Rebolledo


La primera vez que ingresamos al Campo Militar del Ejército en Peñalolén fue en octubre del año 2002, debido a una investigación para revista El Periodista. Entonces, un obrero nos alertó que durante una excavación en el predio, su cuadrilla encontró osamentas, presuntamente de detenidos desaparecidos. Tras indagar la denuncia y entregar la información a la Justicia, ésta concluyó que los restos correspondían a un cementerio indígena.
Cuatro años después, un ex agente de la CNI, que conocimos por esa denuncia, se contactó con nosotros para hacernos una oferta difícil de rechazar: entrar al recinto militar para comprobar las condiciones de vida de los oficiales procesados por causas de Derechos Humanos, recluidos en el Batallón de Policía Militar (BPM).

El trato “VIP” de los oficiales de alto rango en el BPM no era un tema nuevo. Se conocía, en parte, por las escapadas de Álvaro Corbalán a cenar a Papudo y a comprar a una verdulería de La Reina. También, gracias a comentarios de actuarios, magistrados y abogados de DDHH que recibían antecedentes de modo informal, sobre el peculiar “régimen interno” de lujo que gozaban los hombres de armas del círculo de hierro del general Pinochet.

“ALGO IMPERDONABLE”

Sin embargo, casi toda la información era a nivel de rumor. Nadie lo había comprobado con sus propios ojos. Por eso, cuando nos reunimos con el ex miembro del organismo represor en una fuente de soda de Estación Central, nos intrigaba saber qué lo empujaba a romper el pacto de silencio que aún cumple la mayoría de los militares que participaron en la tortura y desaparición de opositores al gobierno del general Augusto Pinochet.

El hombre, alto, delgado y de rostro duro hablaba golpeado. Decía que sentía que el Ejército había abandonado al “perraje”, a los suboficiales y clases que “cumplieron por la patria” y que hoy “son perseguidos”, “viviendo en condiciones miserables”, ó están presos en penales de Gendarmería. Para él, esto era “algo imperdonable”.

El ex agente siempre creyó a pies juntillas lo que decía Pinochet de que jamás dejaría solo a ninguno de sus hombres. Como hijo de la gran Familia Militar, sentía que el padre había abandonado a sus hermanos más humildes, y hablaba con irritación sobre cómo los altos mandos del Ejército del grupo cercano a Pinochet eran protegidos y tratados como pasajeros de un hotel 5 estrellas en el BPM.

“Si entran a la huevá, va a ser como yo diga”, ordenó, mientras despachaba el último sorbo de su cerveza. Tenía rabia pero no podía ocultar su miedo.

-¿Qué pasa si te descubren?
-Me desaparecen.

Días después nos reunimos con el ex agente en el mismo boliche. Estaba muy nervioso. Había cambiado de opinión. Dijo que su familia corría peligro porque la Inteligencia del Ejército tarde o temprano lo descubriría.

Convencerlo no fue fácil. Sólo después de tres horas de conversación y varias cervezas, aceptó ayudarnos a entrar al BPM, no sin antes advertirnos que debíamos llevar el secreto de su identidad a la tumba.

DE PASEO POR EL BPM

Fue así como ingresamos al recinto. Ya en el interior, en la primera visita, pasamos por afuera del Penal Cordillera y por la cárcel donde viven los suboficiales. Luego entramos a las cabañas del brigadier (R) Manuel Provis y del coronel (R) Julio Muñoz, equipadas con televisor, tv cable, teléfono y amobladas con una mesa, más cocina y baño.

También visitamos el Club de Oficiales y el sauna en que se relajan los procesados. Aprovechando la ausencia de personal, entramos a la “sala de musculación” donde hicimos pesas y hasta prendimos el televisor pantalla plana de 21 pulgadas, que entretiene a los procesados durante sus ejercicios.

Una semana más tarde, volvimos al BPM para conocer las cabañas de los generales (R) Eugenio Covarrubias, Víctor Lizárraga y Carlos Krumm.

Adentro de la cabaña de Covarrubias pudimos apreciar frente a un frigobar -como dijimos en el reportaje publicado en LND el domingo pasado-, una botella de vino tinto empotrada sobre un camioncito de madera que decía “Mercedes Benz”. En sus dependencias y las de Lizárraga y Krumm constatamos que también tienen TV cable y teléfono; y cuentan con acceso a Internet inalámbrica (wi-fi) para sus notebooks personales.

Antes de retirarnos, entramos a una cabaña vacía donde vimos una copia del “Instructivo” para “Personal en Situación Especial” que reciben los altos oficiales a su llegada al BPM. Cuando a fines de abril nos reunimos por última vez con el ex agente, traía un ejemplar de regalo. “Quiero que toda esta huevá se sepa pa´ que, por último, los que nos mandaron a hacer maldades, sufran lo mismo que mis camaradas”. Después de todo, ley pareja no es dura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente blog. Te felicito.
F. Bunster