(Columna del concejal de Peñalolén Osvaldo Torres, publicada en El Mostrador a raíz de la muerte del ex torturador).
Osvaldo Romo irrumpió en mi vida apuntándome con una metralleta AKA, la madrugada del 30 de enero de 1975. Sin orden de detención un comando de la DINA me arrestó junto a mi compañera Nubia Becker, mi amigo y dirigente socialista Eduardo Charme y Marcela Bravo. Dejaron aterrados a los dueños de casa y al hijo de Nubia, Hernán A Jaramillo de sólo 4 años.
En Villa Grimaldi Romo se hizo cargo personalmente de torturarme junto a Krasnoff, el Teniente Pablo, el Troglo y toda esa fauna de funcionarios del Estado que cumplían con sus obligaciones. No fui el único, ni el más torturado por esos equipos; tuve la suerte de salir vivo.
Al conocer la noticia de su muerte reviví la experiencia, la comenté con Nubia y recordamos a Eduardo. Pero también surgió la reflexión sobre el país que tenemos y que hemos construido desde esos años. Romo debe obligarnos a revisar el pasado reciente y las formas cómo se ha procesado; el ejercicio de la memoria es clave para recordar sin traumas que paralicen la acción política.
Romo se transformó en la figura que condensaba la tortura y la maldad de una época. Esta operación simbólica fue inevitable luego de sus declaraciones sobre cómo torturaban, mataban y dejaban morir; el valor que le asignaban de la dignidad y vida humana y el precio que cobraban por sus servicios en el Estado. Pero Romo simboliza mucho más, pues es la expresión del “castigo-aprendizaje”, ya que la idea era aterrorizar a la sociedad, paralizarla por el miedo para poder gobernar e imponer su modelo de sociedad. Su detención y condena ayudaron a espantar esos fantasmas, mas no a eliminarlos.
Romo tenía jefes y patrones. ¿Quién era el superior directo? ¿En la planilla de sueldos de qué institución estaba? ¿Su abogado era pagado por el Ejército? ¿Quién lo sacó a Brasil o luego lo escondió en Santiago el año 2002? ¿Si era infiltrado en la izquierda, quién fue su oficial superior? Romo se fue con muchos secretos y hay muchos cómplices dando vueltas. La democracia debe resolver estos enigmas, para que se confíe en ella.
Romo no fue una excepcionalidad histórica ni un “resto arqueológico”. Fue un instrumento para concretar un proyecto de país en el cual vivimos. Proyecto ideado por civiles y ejecutado con el apoyo militar.
La tarea de ahora, si queremos procesar sin traumas el pasado, es transformar el país que nos impusieron. Parte de la tarea está realizada, pero a muchos el susto a “volver al desorden”, “a los conflictos del pasado”, léase la Unidad Popular, los ha paralizado para reabrir el debate y la movilización por ampliar la democracia y la justicia social. En este sentido el arquetipo de Romo se levanta como la figura que logra paralizar el cambio, pues han aprendido la lección de lo que nos podría llegar a ocurrir si “repetimos la farra”, como si los contextos internacionales y nacionales no hubieran cambiado definitivamente.
Las tareas pendientes son, qué duda cabe: la Asamblea Constituyente para que todos los chilenos, sin imposiciones de fuerza, construyamos la democracia que decidamos libremente; el debate sobre las riquezas naturales y los verdaderos royalties que se debieran pagar –para no hablar del control nacional sobre esos recursos-; la discusión acerca de los impuestos a las utilidades para reducir las brechas de desigualdad en educación, previsión, salud y vivienda; el control civil sobre las FFAA, su doctrina y entrenamiento. Es obvio que abrir la agenda a estos temas es, particularmente para los poderes fácticos, desestabilizador y “querer regresar al pasado”, pero el problema más complicado es que, quienes luchamos por el regreso a la democracia, no lo tengamos como norte de la acción política por “el temor al pasado”, por creer que “se abre una caja de Pandora”.
Mientras nos sigamos negando a poner en el centro del debate nacional la transformación del país, el espectro de Romo y sus amigos seguirá persiguiéndonos como una “lección aprendida”. Superar a Romo es luchar por el Chile que queremos.
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