domingo, 25 de noviembre de 2007

El hijo desconocido de Pinochet

La leyenda de Juan, el posible heredero del amor prohibido del dictador con una pianista ecuatoriana

Como un fantasma. Inencontrable. Así es Juan, el más fuerte testimonio que habría quedado del romance clandestino del dictador y una pianista de la aristocracia ecuatoriana. Quienes conocen de cerca la historia dicen que es físicamente igual a su padre.

Por Lino Solís de Ovando / La Nación Domingo (25 de noviembre de 2007)

Las mañanas ya no son las mismas para Byron Rodríguez V. desde que se impuso la tarea de encontrar en Ecuador al hijo no reconocido de Augusto Pinochet Ugarte.

Con 47 años, Rodríguez es hombre de férreas obsesiones. Es así como su pelo cano evidencia los costos de haberse convertido, desde hace cinco años, en un sabueso quiteño, detectivesca labor que ha realizado en paralelo al trabajo que le da de comer, la edición de Siete Días, el suplemento de reportajes del diario "El Comercio", el principal matutino de la capital ecuatoriana.

Dice estar cerca de la presa. Que sueña con encontrar el paradero de ese posible hijo concebido en Quito entre 1956 y 1959, y que, según conocedores del clandestino romance, tendría un evidente parecido físico con el dictador. Si es cierta toda esta historia, ese ecuatoriano-chileno también gozaría de un excelente oído musical. No por un desconocido don artístico de Pinochet, sino por la impronta de la madre, Piedad, una atractiva pianista de la aristocracia quiteña, amante de Bach.

Clandestino, porque son los años en que Augusto José Ramón Pinochet Ugarte es enviado en misión militar a Quito, luego de haber sido seleccionado junto a un grupo de oficiales para potenciar la Academia de Guerra de Ecuador. Tres años y medio en que Pinochet será parte de la socialité quiteña, pero en los que tendrá que lidiar con la desdibujable presencia de su esposa, Lucía Hiriart Rodríguez, con quien ya ha contraído matrimonio en 1943.

También acompañan al dividido Augusto sus tres primeros hijos: Inés Lucía, Augusto Osvaldo y María Verónica, retoños que se mantendrán ignorantes de las debilidades del padre, delicados a ratos por los malestares relacionados con el soroche (Quito está a 2.800 metros sobre el nivel del mar); embobados con el acento arrastrado de los quiteños y los continuos diminutivos en el habla; pero, sobre todo, desconociendo que junto a su madre han ingresado a territorio apache.

Quito, la tierra donde se flecharon la local Manuela Sáenz y el extranjero y libertador de cinco naciones Simón Bolívar, un escenario donde hasta ahora las ligazones entre mujeres y militares foráneos conllevan un erotismo mayor.

EL MAYOR Y SU AMANTE

Tanta obsesión ha tenido que tener un trasvasije, una posibilidad de descompresión. Para eso ha estado su novela "La guerra de la funeraria" (Editorial Planeta), ficción en la que recrea los recurrentes golpes de Estado que ha sufrido el Ecuador; las conspiraciones que se desataron con el boom petrolero; el ascendente de la figura de Pinochet en los militares ecuatorianos, así como "el misterio afectivo más enigmático que a su paso dejó en Quito uno de los dictadores latinoamericanos más oscuros", como se lee en la contratapa del libro.

Ahí también nos enteramos que fue a bordo del buque italiano "Marco Polo" en el que se embarcan Pinochet y los suyos hacia Quito, no sin antes detenerse en el puerto del Callao, en Lima, para luego continuar hacia la isla Puná, en el golfo de Guayaquil, donde abordan la lancha "Rosita", que navegará el río Guayas hasta dar con el puerto de Guayaquil, junto al monumento a Bolívar y San Martín, el primer gesto sentimental que tendrá Pinochet en Ecuador, cuadrándose e inclinando la cabeza ante los héroes americanos.

Pero su más sentido vínculo se gatillaría el 27 de febrero de 1957, cuando ya se había consolidado como un respetado profesor de la Academia de Guerra ecuatoriana, docente de las cátedras de Geografía Militar y Geopolítica, en el viejo Círculo Militar de Quito, de calle Venezuela. Tras ingresar del brazo de Lucía a ese lujoso salón que destellaba por la luz de las lámparas araña y los espejos de marco dorado. Luego de bailar con gracia chilena valses y pasodobles, siempre en dupla con su elegante mujer, escuchó un loure de Bach en las manos de Piedad. La presencia dominante de Lucía por fin se volvió lábil.

"Desde la velada del Círculo Militar, Pinochet preguntó por la pianista. El oficial encargado de la administración, al parecer, le consiguió su número telefónico. Es posible que al oír la voz del militar, Pía [en la novela] no ocultara su emoción. En esos años, Quito era tan pequeña que cualquier invitación a uno de los hoteles céntricos hubiese sido una temeridad. El militar acaso visitó su casa de calle Calama y Amazonas, una zona de villas, jardines y fuentes de piedra. ( ) El mayor Pinochet jamás olvidaría la tarde que habría pasado el umbral de la casa de una sola planta, en cuya fachada ocre crecía una madreselva tupida y fragante ( ) En el cerrado ambiente militar, las bolas no tardaron en rodar. Los rumores iban de cuartel en cuartel, de oficina en oficina.

Decían que el militar chileno se apasionó tanto que el matrimonio estuvo a punto de romperse. Decían que sólo pasaba suspirando por ella. Es posible que en las clases de la Academia de Guerra se aproximara a una ventana para imaginar a la pianista. Quedaron el rumor y el enigma de que Pía tuvo un hijo idéntico al padre.

Otros militares hablaban que él sufría por el dilema de quedarse o viajar a su país al concluir la misión, a finales de 1959. En las unidades castrenses, los chismes persistían. Ella viviría sólo para su hijo, a quien habría llamado Juan, y para su música", detalla la investigación de Byron Rodríguez.

EL SIQUIATRA

No sólo periodística es la obsesión de Rodríguez. A su empeño en cercar al posible nuevo heredero de Augusto Pinochet se suma su historia personal, cronología producto de la cual le ha sido imposible escapar al encanto por todo lo que huela a historias ocultas de la clase militar.

Rodríguez fue cadete del Colegio Militar Eloy Alfaro, entre 1972 y 1979, y es nada menos que sobrino del general Rodríguez Lara, el dictador de centro-izquierda que lideró su país entre 1972 y 1976, período en el cual jamás permitió que Augusto Pinochet pudiera regresar al Ecuador. Menos con honores de Mandatario. Fue el mismo que se negó a enviar militares ecuatorianos para que se incorporaran al Plan Cóndor.

Con esa carga azarosa sobre su espalda, este sabueso quiteño comenzó a lidiar con los costos sicológicos que conlleva toda obsesión: el estrés. Fue así como tuvo que recurrir a un amigo siquiatra para que aliviara sus aflicciones, sobre todo monólogos interiores que siempre terminaban por volver asfixiante la necesidad de desentrañar si realmente había un hijo de Pinochet en el Ecuador.

"Esta novela la he hecho prácticamente en seis años. Ha sido una novela que me agotó muchísimo. Le he ganado horas al sueño, a los fines de semana. Tuve por ahí problemas familiares con mi pareja, y recurrí a un amigo siquiatra Yo creo mucho en el azar, en el destino.

Este siquiatra había estado también en el Colegio Eloy Alfaro por mi época, y cuando yo estaba en su consulta me preguntó qué me pasaba y le conté que estaba muy agobiado con la novela, muy cansado, porque estaba en un punto muy importante, siguiendo la huella del hijo del, en ese entonces, mayor Pinochet. Y él se queda sorprendido y me pregunta qué datos tengo. Le menciono de mis fuentes, de mis contactos, pero le aclaro que me faltan más datos. Y él, sorpresivamente, me dice: Yo te los puedo dar. Yo fui compañero, en la Academia Brasil, del posible hijo de Augusto Pinochet ", rememora el editor del diario "El Comercio", quien agrega que esta academia era dirigida por el coronel Salvador, a quien la leyenda dice que Pinochet le habría encargado el cuidado de su hijo.

-¿Le preguntaste si estaba seguro?
-Me dijo: "Yo no te lo puedo asegurar, porque no tengo el ADN. Pero en la academia siempre se habló de que él era el hijo. Siempre hubo esa leyenda". Y agregó que era muy parecido físicamente. Este siquiatra es una fuente muy confiable, un profesional muy respetado en el Ecuador. Oculto su nombre porque no me ha permitido decirlo. Él me dio los detalles que me faltaban en la novela para armar la leyenda del posible hijo de Pinochet. Me dio los detalles de la casa de la calle Calama. Me dijo el nombre de la posible madre, Piedad, que yo le puse Pía en la novela. Me contó que este chico siempre fue alguien raro, misterioso, como ensimismado.

-¿Por qué no ha ocurrido un encuentro entre tú y el supuesto hijo de Pinochet? Ayuda la mediación de este siquiatra.
-A mi amigo le he insistido, pero sin suerte. Porque me parece una historia fascinante, que tiene que ver con el lado humano de una figura como Pinochet. Le he dicho que me ayude a buscarlo, a encontrarlo. Sólo dice que ha hablado con él, y que éste ha respondido con evasivas. De hecho, mi amigo me confirmó que está leyendo la novela, y que le ha gustado.

-¿Su nombres es Juan, como aparece en la novela?
-Sí, se llamaría Juan. Y sería muy parecido al posible padre.

-¿Existen fotografías que podrían, entre comillas, incriminar por este desliz a Pinochet?
-Sí, las hay. Y creo que existe una fotografía de Pinochet donde aparecería en el monumento de la Mitad del Mundo [en las cercanías de Quito], junto a su supuesto hijo y Piedad.

-La actitud del general Rodríguez Lara contra Pinochet evidencia las diferencias filosóficas que existían entre el Ejército chileno y el ecuatoriano. A tu juicio, y de existir un hijo no reconocido de Pinochet en el Ecuador, ¿esto justificaría su anonimato, su distancia de la familia paterna?
-Yo pienso que sí. Según el siquiatra, él siempre ha tenido conflicto por su padre, sumado a que su mamá sería la supuesta amante de esta historia, quien murió en 2003.

Ahora lo sabe: la sincronicidad con Pinochet siempre lo ha perseguido. Rodríguez vio en persona al dictador en 1994. Siendo un humilde periodista de la sección Política, y a la espera de las declaraciones de algunos connotados, en el hall del Hotel Oro Verde (actual Swiss Hotel), en Quito, se encontró a boca de jarro al militar que salía del ascensor, vestido con traje, como siempre elegante, con una cámara fotográfica colgando de su cuello, y en compañía de una mujer que hoy sospecha Rodríguez era Piedad: ojos miel, pelo ensortijado.

Pero ya lo decíamos, es un hombre de férreas obsesiones. Su próximo libro, que tendrá como contexto la caída del Presidente Jamil Mahuad, ocurrida el 21 de enero de 2000, volverá sobre el rol que jugaron los militares, esta vez tras la caída de la banca ecuatoriana y, en especial, del Banco del Progreso.

Por eso no es raro que, de vez en cuando, Rodríguez vuelva a pedir una cita con su amigo siquiatra, dispuesto a desestresarse, a conversar un rato. Aunque no pase mucho tiempo hasta que le vuelva a preguntar: ¿cuándo podré ver a Juan?

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