El Chicago Tribune (1847-2008) quebró. Un año después de ser adquirido por Sam Zell. El empresario que prometió ser un agente de cambio, no despedir a nadie, y aseguró que todos los pundits del mundo estaban equivocados porque el Trib tenía un futuro promisorio de flujo de caja y blablabla, ahora tendrá que comerse sus palabras. Zell no aguantó más. Ni qué decir, los empleados que cambiaron fondos de pensiones por acciones y asumieron muchos más riesgos que Zell. Tal como pone Andrew Ross en su blog: Los trabajadores pagan por la debacle del Tribune
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